Читать книгу La Reina Roja онлайн | страница 32
La cabeza me da vueltas.
—Ella no quiso hacer nada malo, es sólo una niña tonta…
—¡Soy sólo una niña tonta! —exclama Gisa, tratando de patear a su captor.
Ellos ríen, produciendo un ruido horripilante.
Yo me arrojo sobre Gisa, para ayudarla a zafarse, pero uno de ellos me tira al suelo de un empujón. La piedra dura del camino deja sin aire mis pulmones y yo jadeo, sin poder hacer nada mientras uno de los idénticos me pone un pie en el vientre para contenerme.
—¡Por favor! —exhalo, pero nadie me escucha ya.
El silbido en mi cabeza se acentúa cuando cada una de las cámaras gira para mirarnos. Me siento electrizada de nuevo, esta vez temo por mi hermana.
Un agente de Seguridad, el mismo que nos dejó entrar esta mañana, llega con aire decidido, arma en mano.
—¿Qué es todo esto? —aúlla, mientras mira a los Plateados idénticos.
Uno por uno, ellos vuelven a fundirse, hasta que solamente quedan dos: el que sujeta a Gisa y el que me tiene inmovilizada en el suelo.
—¡Es una ladrona! —dice uno, sacudiendo a mi hermana.
Hay que reconocer que ella no grita.
El agente la reconoce, y su rostro insensible se arruga durante una fracción de segundo.
—Conoces la ley, niña.
Gisa baja la cabeza.
—Sí, la conozco.
Yo hago todo lo posible por librarme, para impedir lo que viene a continuación. Un cristal se hace añicos en ese momento, cuando una pantalla cercana se rompe y chisporrotea a causa de los disturbios. Eso no distrae al agente, quien toma a mi hermana y la tira al piso.
Mi voz hace explosión y se une al barullo del caos.
—¡Fui yo! ¡Fue idea mía! ¡Castíguenme a mí!
Pero ellos no escuchan. No les importa.
Sólo puedo observar mientras el agente tiende a mi hermana a mi lado. Gisa me mira a los ojos al tiempo que él descarga en ella la cacha de su pistola, y le destroza los huesos de la mano con la que cose.
CINCO
Kilorn me encontrará dondequiera que yo intente esconderme, así que no me detengo. Corro como si pudiera dejar atrás lo que le causé a Gisa, la forma en que le fallé a Kilorn, cómo lo destruí todo. Pero ni siquiera pude escapar de la mirada de mi madre cuando llevé a Gisa hasta la puerta de nuestra casa. Vi la sombra de la desesperación en su rostro y corrí antes de que mi padre apareciera en su silla de ruedas. No habría podido enfrentarlos a ambos. Soy una cobarde.