Читать книгу La Reina Roja онлайн | страница 28

Mientras las imágenes continúan mostrando el momento en que la fachada de mármol del Tribunal se hace añicos o cómo un muro de cristal de diamante resiste una bola de fuego, una parte de mí se siente contenta. Los Plateados no son invencibles. Tienen enemigos que pueden lastimarlos, y por una vez, no se esconden detrás de un escudo rojo.

La locutora regresa, más pálida que nunca. Alguien le indica algo fuera de pantalla, y ella revuelve sus apuntes con manos temblorosas.

“Parece que una organización se ha atribuido la responsabilidad del atentado en Arcón”, tartamudea. Los alborotadores callan al instante, ansiosos de oír el mensaje en la pantalla. “Un grupo terrorista que se hace llamar la Guardia Escarlata dio a conocer hace unos momentos este video”.

“¿La Guardia Escarlata?”, “¿Quién diablos…?”, “¿Es una broma…?” y otras preguntas de asombro surgen en la taberna. Nadie había oído hablar hasta ahora de la Guardia Escarlata.

Pero yo sí.

Así llamó Farley a su organización. Suya y de Will. Pero ellos son contrabandistas, los dos, no terroristas, dinamiteros ni cualquier otra cosa que la televisión pueda decir. Es una coincidencia, no pueden ser ellos.

La pantalla ofrece entonces una visión aterradora. Una mujer aparece frente a una cámara temblorosa, lleva la cara cubierta con una pañoleta escarlata que sólo deja ver sus vivaces ojos azules. En una mano sostiene un arma y en la otra, una raída bandera roja. En su pecho hay una insignia de bronce con la forma de un sol dividido.

“¡Somos la Guardia Escarlata y abogamos por la libertad e igualdad de todos los hombres…!”, dice la mujer.

Reconozco su voz.

Farley.

“¡…comenzando por los Rojos!”

No necesito ser un genio para saber que un bar lleno de Plateados frenéticos y violentos es el último sitio en el que una chica Roja querría estar. Pero no puedo moverme. No puedo dejar de mirar la cara de Farley.

“¡Ustedes se creen los amos del universo, pero su imperio como reyes y dioses está llegando a su fin! Mientras no nos reconozcan como seres humanos, como sus iguales, la guerra estará en su puerta. No en un campo de batalla, sino en sus ciudades. En sus calles. En sus casas. Ustedes no nos ven, pero estamos en todas partes”. Su voz resuena con autoridad y aplomo. “¡Y nos levantaremos, Rojos como el amanecer!”


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