Читать книгу La Reina Roja онлайн | страница 30

Los agentes corren en todas direcciones, sin saber qué hacer ni a quién proteger. Un grupo escaso rodea a unos Rojos, a los que obligan a ponerse de rodillas. Los Rojos tiemblan y ruegan, repiten sin cesar que no saben nada. Yo apostaría que soy la única en toda la ciudad que, antes de hoy, ya había oído hablar de la Guardia Escarlata.

Esto me hace estremecer de temor otra vez. Si me capturan, si les digo lo poco que sé, ¿qué le harán a mi familia? ¿A Kilorn? ¿A Los Pilotes?

No puedo permitir que me atrapen.

Uso los puestos del mercado para esconderme y corro lo más rápido que puedo. La calle principal es una zona de guerra, pero yo no quito la vista del frente, del toldo azul que hay más allá de la plaza. Paso por la joyería y bajo el ritmo. Una sola alhaja podría salvar a Kilorn. Pero durante el segundo que me lleva detenerme, un pedazo de vidrio me pasa rozando la cara. En la calle, un telqui tiene los ojos fijos en mí, y apunta de nuevo. No le doy la oportunidad de repetirlo y me largo, escabulléndome bajo cortinas, puestos y brazos extendidos hasta que regreso a la plaza. Antes de darme cuenta de lo que ocurre, el agua se agita a mis pies mientras atravieso la fuente a toda prisa.

Una espumosa ola azul me da de lado y me derriba en el agua revuelta. No es profunda, tan sólo sesenta centímetros, pero parece como si fuera plomo. No puedo moverme, no puedo nadar, no puedo respirar. Apenas puedo pensar. Lo único que mi mente consigue hacer es gritar ¡Ninfo!, y recuerdo al pobre Rojo de la avenida, ahogándose de pie. Me golpeo la cabeza en la piedra del fondo y veo estrellas, chispas, antes de que mi vista se aclare. Cada palmo de mi piel se electriza. El agua cambia a mi alrededor, se vuelve normal otra vez y yo salgo a la superficie. Mis pulmones vuelven a llenarse de aire que quema mi nariz y mi garganta, pero no me importa. Estoy viva.

Unas manos pequeñas pero vigorosas me agarran del cuello y tratan de sacarme de la fuente. Gisa. Mis pies resbalan en el fondo y caemos juntas al suelo.


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