Читать книгу La Reina Roja онлайн | страница 29

Rojos como el amanecer.

Terminan las imágenes y la rubia retorna, boquiabierta. Los clamores ahogan el resto del programa mientras los Plateados que hay en el bar recuperan su voz. Berrean contra Farley, la llaman terrorista, asesina, diablo rojo. Antes de que sus miradas caigan sobre mí, salgo a la calle.

Pero a lo largo de la avenida, desde la plaza hasta la Mansión, desde cada bar y cada cafetería, hay Plateados iracundos que van saliendo. Yo intento arrancar la cinta roja de mi muñeca, pero la maldita cosa no cede. Los Rojos desaparecen entre los callejones y las entradas, en un intento por huir, y yo tengo la cordura de seguirlos. Justo cuando encuentro un callejón, se desata el vocerío.

Miro imprudentemente por encima del hombro y veo que agarran a un Rojo del cuello, que suplica a su atacante Plateado:

—¡Suélteme, no sé nada, yo no sé quiénes diablos son esas personas…!

—¿Qué es la Guardia Escarlata? —le vomita el Plateado de frente. Lo reconozco, es uno de los ninfos que jugaban con los pequeños hace menos de media hora—. ¿Quiénes son?

Antes de que el pobre Rojo pueda contestar, una cascada furiosa le da en la cara. El ninfo eleva una mano y el agua sube, moja al Rojo de nuevo. Otros Plateados rodean la escena, se burlan jubilosos, animan a su camarada. El Rojo escupe y jadea, en lo que trata de recuperar el aliento. Proclama su inocencia cada vez que puede, pero el agua no para. El ninfo, con ojos bien abiertos de odio, no da indicios de refrenarse. Saca agua de las fuentes, de cada vaso, la descarga sin límite.

Lo están ahogando.

El toldo azul es mi faro, y me guía por las calles colmadas de pánico mientras esquivo a Rojos y Plateados por igual. El caos suele ser mi mejor aliado y facilita mi trabajo como ladrona. Nadie nota que le falta el monedero mientras huye de una muchedumbre. Pero Kilorn y las dos mil coronas ya no son mi prioridad. Sólo pienso en recoger a Gisa y salir de la urbe, que sin duda se convertirá en una cárcel. Si cierran las puertas… No quiero ni pensar qué sucedería si quedara atascada aquí, atrapada detrás del cristal con la libertad justo fuera de mi alcance.


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