Читать книгу La Reina Roja онлайн | страница 36
—Los señores han de pagarte muy bien para que cargues coronas —replico, con intención de distraerlo. Funciona de maravilla; él cede.
—Dispongo de un buen trabajo —explica, como si tratara de restarle importancia.
—Eres afortunado.
—Pero tú ya tienes…
—Diecisiete —termino por él—. Aún me queda algo de tiempo antes de alistarme.
Frunce el ceño y tuerce los labios en una línea triste. Una nota grave que afila sus palabras se cuela en su voz.
—¿Cuánto tiempo?
—Menos cada día.
El solo hecho de decirlo en voz alta me revuelve el estómago. Y Kilorn tiene aún menos que yo.
Él no dice más y me mira otra vez, inspeccionándome mientras cruzamos el bosque. Pensando.
—Y no hay trabajo —refunfuña, más para sí que para mí—. No hay forma de que evites el reclutamiento.
Su confusión me deja atónita.
—Quizás en el lugar de donde tú eres las cosas son distintas.
—Por eso robas.
Yo robo.
—Es todo lo que puedo hacer —expulsan automáticamente mis labios. Recuerdo de nuevo que causar dolor es para lo único que sirvo—. Pero mi hermana sí tiene trabajo —esto se me escapa antes de acordarme: No, no tiene. Ya no. Por tu culpa.
Cal me ve batallar con las palabras, y me pregunto si debo corregirme o no. Pero esto es lo único que puedo hacer para no sonreír, para no desplomarme ante un perfecto desconocido. Aunque es seguro que él ve lo que trato de ocultar.
—¿Estuviste hoy en la Mansión? —creo que él ya sabe la respuesta—. Los disturbios fueron terribles.
—Así es —digo, y las palabras casi se me atoran.
—¿Tú…? —insiste él, en forma tranquila y discreta.
Es como hacer un agujero en un dique, y todo se desborda. Yo no podría contener las palabras aunque quisiera.
No menciono a Farley ni a la Guardia Escarlata, y ni siquiera a Kilorn. Sólo que mi hermana me metió disfrazada al Gran Huerto para que pudiera robar el dinero que necesitamos para sobrevivir. Luego vino el error de Gisa, su herida, lo que esto significó para nosotras. Lo que le hice a mi familia. Lo que he estado haciendo: decepcionar a mi madre, avergonzar a mi padre, robar a quienes llamo mi comunidad. Aquí, en el camino, rodeada solamente por la oscuridad, le revelo a un desconocido lo horrorosa que soy. Él no hace preguntas, a pesar de que lo que digo parezca poco razonable. Se limita a escuchar.