Читать книгу Cuentos de Asia, Europa & América онлайн | страница 67

Mi sonambulismo: me costó mucho trabajo exponer la historia, puesto que detrás de mí, descalzos como yo y a distancia suficiente como para que me oyeran, había ya toda una hilera de candidatos esperando los resultados de su revisión. En ese instante me avergoncé de algo que en realidad sólo me había imaginado. Sin embargo, no fue mencionado ni siquiera mínimamente en la cartilla de salud. A no ser que la observación «inepto como soldado buzo» tuviera algo que ver. Sobre todo porque es muy probable que el Dr. Seyfarth escuchara cada día diversas versiones de la misma leyenda del sonámbulo. Precisamente debido a que «el sonámbulo» se encontraba en la lista de las historias factibles que supuestamente podrían funcionar, la historia tendría que haberse contado de una manera muy distinta. Pero de tales cosas no tenía yo entonces la menor idea.

Cuando, haciendo un esfuerzo para que la voz no se me quebrara, empezaba yo a relatar mis noches supuestamente inquietas y sobre todo peligrosas en el campo, algunos de los que se encontraban en la hilera detrás de mí intentaron sacudirse las ansias o la vergüenza con comentarios o risitas, pero fueron reprendidos de inmediato por alguno de los oficiales que patrullaban en ronda continua a través de los cuartos. Los desnudos compañeros de sufrimiento, las voces de los oficiales en el recinto, el cerrado rostro del Dr. Seyfarth, harto de todos los sonámbulos del mundo (justo ahora me pregunto si el Dr. Seyfarth vive todavía, y en tal caso, si pensará ocasionalmente en aquella época de los sonámbulos): bajo todas estas circunstancias no era fácil relatar algo. Sin duda en las historias de Las mil y una noches la amenaza tiene otra dimensión, pero comparativamente las circunstancias en las que las historias se cuentan son ideales: un cuarto silencioso y a media luz, cortinas, cobijas y almohadas recubiertas de seda o terciopelo, y además un escucha extremadamente atento...

Los recintos del destacamento de la zona militar, por el contrario, tenían una luz deslumbrante, y el piso de linóleo resplandecía tanto que hacía doler los ojos. Con el tiempo los pies se enfriaban, se veía que el piso estaba recién pulido o que le habían aplicado una cera especial. Si uno se quedaba parado un rato en la misma posición, las plantas de los pies descalzos se quedaban pegadas, de modo que los que esperaban cambiaban involuntariamente de pie de apoyo, produciendo un ruido ligero, como un chasquido. Después de un rato se oía como si continuamente se estuviera rasgando papel, u otra cosa, en todo caso algo que había caducado definitivamente ese día.


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