Читать книгу Cuentos de Asia, Europa & América онлайн | страница 64

Por fin ha desenfundado el cuchillo de la vaina de la maldita amistad del alma. Ahora sé qué era lo que me torturaba durante mis insomnios nocturnos.

—¿Que te haga de padre también a ti?

Le observo horrorizado la delicada cara que se ha vuelto muy oscura, la larga cabellera que le cae sobre los hombros, el bordado del vestido de pueblo que le cubre el cuerpo hasta los pies.

—Jamás. Me basta con un hijo asesino.

Él se queda lívido, hasta el punto de que temo por su vida. Y como nunca habría imaginado que yo fuera a ser capaz de pronunciar finalmente la verdadera palabra, permanece mudo y quieto. Cuando comprende por mi silencio que no me voy a retractar, levanta lentamente el macuto cerrado que ha dejado caer antes a los pies de la cuna, se lo carga al hombro, recula y se marcha. Y a pesar de que sus movimientos son silenciosos y educados, la bebé se despierta y abre los resplandecientes ojos, todavía sin llanto, sólo pensativos, como si hubiera oído nuestra conversación y ahora fuera a intentar también llegar a entenderla.

Traducción de Ana María Bejarano

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Comenzó con el cartel —en marco negro y tipografía como de esquela. Año tras año colgaba en las estaciones de tren, en las paradas del autobús y en los árboles a lo largo de la calle. El título «Revista» y el año de nacimiento indicado estaban impresos con letras gruesas. De niño yo no sabía qué podía significar en este caso «revista», qué o quién tenía algo que mostrar, o que revisar... La palabra pertenecía aún por completo al mantel de plástico ahulado de la mesa de la cocina, con sus pálidos rombos azules y su opaco brillo que atrapaba mis soñolientos ojos cada mañana.

El cartel desaparecía, yo lo olvidaba, y al año siguiente volvía a estar ahí, en la pared de la iglesia, en el camino que tenía yo que recorrer por lo menos una vez al día. Se trataba de algún tipo de obligación de la que nadie podía escapar, hasta ahí alcanzaba mi entendimiento; había algo que era inevitable, pero los años señalados en las convocatorias (eran los cincuenta) se ubicaban en un pasado inconcebiblemente lejano. Sólo cuando el año 1960 apareció en el cartel, dando inicio a mi propia década, me detuve para fijarme cuál era en realidad ese asunto.


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