Читать книгу Cuentos de Asia, Europa & América онлайн | страница 63

Enjugo las gotitas de leche sobrante de los labios de la bebé, la acuesto en la cuna y le pongo una almohada en la cabecera. ¿Estará soñando con lo que experimentó en el vientre de su madre, que se ha ido, porque al día siguiente tiene un examen, a buscar los resúmenes de unos artículos y unos libros que nunca ha leído? Y yo, que ya he hecho todos los exámenes que debía hacer en la vida, vuelvo a verme asaltado por la preocupación: ¿y si al amigo que regresa a la patria le resulta desagradable ver a su padre tan enfermo y triste y prefiere por ello aterrizar aquí, en el piso, convencido erróneamente de que todavía goza de un estatus en casa de su amigo?

Y ya la respiración se me corta al oír el ruido de la llave que ha vagado por países lejanos, cruzado ciudades, ríos y pantanos, que ha subido y bajado por los montes hasta penetrar y clavarse en este momento en la cerradura de la puerta de entrada de mi hijo. ¿Pero será la figura que se escabulle callada ante mí la misma que la del amigo del alma de antes, o no estará asomando aquí una figura distinta, jovencísima, delicada y esbelta, cubierta por una especie de túnica oriental bordada, de tez oscura y morena por el viaje, con el cabello muy crecido cayéndole sobre los hombros y los ojos de gacela abiertos de par en par, requiriendo con confianza un mundo que no ha perdido sino que existe?

En lugar de la mochila de viaje, deja caer el amigo del alma a los pies de la cuna un macuto pesado y alargado, me lanza una mirada arrebatada y con una voz que se ha hecho todavía más matizada y culta acaricia mi tembloroso ser:

—Ya ve, he vuelto a usted con vida.

—¿A mí? ¿Por qué a mí? ¿Allí, en el lejano y amplio mundo, ya no les interesas?

—No —responde él con una carcajada entre desesperada y arrogante—, allí están ya hasta arriba de diosas y dioses que se han inventado a sí mismos. No necesitan ningún dios nuevo.

—¿Y tu padre? —prosigo yo con ansiedad.

—Ha dejado este mundo antes de que me haya dado tiempo a despedirme de él, y usted tiene la culpa de ello. Me tentó para que saliera de viaje sin advertirme de que mi padre podía llegar a morir en mi ausencia. Por eso, ahora, ocupe su lugar y hágame de padre.


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