Читать книгу Cuentos de Asia, Europa & América онлайн | страница 72

Yo dije «ajá», o «psssí», mientras el peluquero usaba el cuello de mi chaqueta para apoyar la máquina y recorrerla como sobre un riel a lo largo de la nuca. Sobre las rodillas bajo la bata sostenía yo el quepí de mi uniforme; era algo peculiar el volver a cubrirme la cabeza. El quepí producía una sensación en la cabeza que me remitía a mi infancia: vacaciones de invierno, excursiones para esquiar, marcas en la frente y en las orejas, o la gorra cubriendo completamente el rostro y cómo ésta se congelaba una y otra vez con el aliento que se enfriaba en la lana... Alrededor de la silla se habían amontonado cabellos, y los peluqueros con sus botas los vadeaban.

Un estruendo de cañones se alzó a mis espaldas, en el espejo yo formaba parte de la película: tanques que pasaban a toda velocidad por las ondulaciones del suelo y al mismo tiempo sobre mi rostro mortecino bajo la luz de neón. Despliegues y giros de cañones y mi mirada horrorizada. «Secciones de las fuerzas de combate en la avanzada...». Por un momento me pareció posible derribarlas con sólo torcer un poco la comisura de mis labios. «Los Panzer, hijo mío, ¡son sarcófagos móviles!». Eso había gruñido desde su sofá mi abuelo, que se cubría las rodillas con una cobija gruesa tejida con gancho, él seguro sabía. En el espejo vi mi rostro. Bajo el ruido bárbaro de la navaja eléctrica me sentí por primera vez en paz. No me relajé del todo a causa de mis esfuerzos por captar algo de la trama y de los comentarios de la película. Podría ser, pensaba, que luego nos preguntaran acerca de determinados contenidos, o que de alguna forma éstos pudieran incluir alguna recomendación sagaz para mi supervivencia en las nuevas circunstancias. «Nuestras fuerzas de combate aéreo, equipadas con la tecnología más moderna...».

«¡Fin!, ¡fin!, ¡ahora a la foto!». A la orden del capitán, las máquinas enmudecieron. A la izquierda junto al área de espera de los peluqueros comenzaba una fila que se extendía por la parte lateral, poco iluminada, del búnker. Podía advertirse que la cola de reclutas terminaba en un cobertizo de madera, cuya pequeña puerta se abría a intervalos.


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