Читать книгу Cuentos de Asia, Europa & América онлайн | страница 61

—Por favor, dime, ¿tu amigo del alma es, además, tu amante?

Pero mi único hijo, que tiene junto a los libros de Historia del Derecho una metralleta y un cargador, me tranquiliza con voz cansada:

—No, papá, mi amigo del alma es sólo un amigo.

Además, no van a vivir siempre juntos, bajo el mismo techo, porque su amigo, como cualquier otro soldado que se haya licenciado, quiere purificar su alma en países lejanos, sólo que su padre está muy enfermo y va a esperar a que muera antes de marcharse.

Me da miedo indagar sobre la enfermedad de su padre porque me supongo cuál es la pena que la ha provocado. Pero como no hay que confiar en que ese tipo de enfermedades acaben en muerte, me propongo, en la siguiente visita al piso, animar al amigo del alma a que salga de viaje sin esperar a que su padre muera.

—Allí, al otro lado del mar, en esos lejanos países, todavía no te conocen —le digo, paseándome muy nervioso de un extremo al otro del salón mientras señalo con el dedo hacia el crepúsculo en el horizonte—, y por eso tu existencia allí será mucho más fácil y segura, incluso sin el consuelo que te proporciona la música que ahora te pones. Si te quedas aquí esperando que tu padre muera, quién sabe si la figura que se te escapó aquella noche de luna no se volverá a acordar de ti y te persiga luego hasta el Himalaya.

El sonrojo virginal que resplandece en el rostro del amigo del alma de mi hijo testimonia lo mismo que mil testigos lo bien que mi fusil sabe dar en el blanco. No pasan más que unos pocos días hasta que llena una gran mochila, se la echa a la espalda y sale hacia lugares lejanos.

Su partida me da una gran tranquilidad. El mundo de la moralidad se recompone y recobra su equilibrio, hasta el punto de que incluso mi único hijo decide cambiar de rumbo y dejar los estudios de Derecho por los de las Ciencias del Comportamiento. Aunque en mi opinión, más le valdría aprender a defenderse a sí mismo en un juicio, por si se le ocurriera volver a abrir fuego indiscriminadamente contra cualquier figura que se le pueda aparecer. Y eso que quizá en la nueva facultad le enseñen a dominar mejor sus instintos y sus miedos. Además de que seguro que allí, en las aulas, acabará por entablar amistad con alguna estudiante de espíritu más complejo y rico que el de su amigo del alma, que se acuerda muy de tarde en tarde de enviarle a su amigo una que otra tarjeta postal.


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