Читать книгу Cuentos de Asia, Europa & América онлайн | страница 38

La mujer giraba hasta el punto en que la falda quedaba horizontal. Los derviches subían. Ella no.

Tenía el nombre de Fátima y se sentía cómoda con él. Siempre pensó que era bendecida, ligada por el nombre a aquella tierra en que la Virgen había hablado con los pastores. Ella creía que allí todo había comenzado. Y que, antes de eso, no había mujeres-Fátimas. En cierto modo, en cada mujer-Fátima se repetía la escena, la aparición. Había nacido el nombre hacía pocos años, dos, tres generaciones, en un lugar medio desierto que se había llenado, sin embargo, de gente. En Portugal. Con la Virgen entregando recados de su hijo que, por lo demás, nunca la trató bien. Pero nadie quería leer esa información en los Evangelios.

Fathma

La mujer tenía la libertad en el vestido. Era otra mujer, de nombre Fátima, Fathma, como la hija de Mahoma. Nunca alguien le había indicado exactamente a qué siglo, a qué año pertenecía. Y ella no necesitaba saber. No necesitaba, por cierto, nada. Por otro lado, una parte de sus nervios no había alcanzado la evolución final. Lidiaba con pequeños pensamientos que ni siquiera se tocaban entre sí. El pensamiento de moler. El de amasar. El de soplar las llamas al brasero. El de coger las aguas con cuidado. El de hacer sumisos a los niños. El de abrir el camino de su hombre al cuerpo de abajo, allí, donde ella no conocía nada de sí misma y el pensamiento, aunque pequeño, se convertía en una masa de pavor.

Fathma tenía la libertad en el vestido. Era un vestido compacto, una prisión, con una rejilla frente a los ojos. La cubría de cabeza a los pies, creando así una especie de horizonte. Hacía parte de una miríada de pequeños mundos pesados y azules, cada uno de los cuales contenía una mujer con su vientre, con sus brazos de trabajo y nada más. Tenía un ambiente muy controlado ese mundo en el que Fathma existía. Un tanto de calor y de oxígeno, menos oxígeno que calor. Ese olor a hierbas, leche y sexo que hasta en la oscuridad guiaba al hombre. Y esa selección de pensamientos.


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