Читать книгу Cuentos de Asia, Europa & América онлайн | страница 37

Dharmaraj les aconsejó ir a la habitación contigua, recomponerse y luego hablar entre sí, libremente, hasta desahogarse.

—Luego, pronunciaré mi sentencia —dijo.

El profesor estaba por dirigirse hacia allá, obediente, cuando la lengua de la mujer volvió a agitarse:

—No... ¡no, maharaj! Pronuncia ahora tu sentencia. La aceptaremos de corazón. Sostengo todo lo que dije. Aunque te ruego, con toda humildad y mis manos dobladas, que su alteza no preste atención a nuestro altercado. En la Tierra, estos intercambios estridentes ocurren continuamente, en la vida de cualquier pareja. ¡Di tu plegaria! Entrega tu sentencia, cualquiera que tú dispongas.

Todos los presentes miraban atentamente a la mujer de fuerte espíritu, ¡una flor excepcional! Se ocupaban en juzgar su conducta. Dharmaraj concedió su veredicto de la forma que había sido prefigurada y anunciada por la refinada mujer, en su última declaración.

Traducción de Atahualpa Espinosa, a partir de la versión del kashmiri al inglés de G. L. Labroo


ssss1 La palabra soy, en hindi, significa tanto «ella» como «ortiga». El juego de palabras es intraducible. (N. del T.)

ssss1 Nagraj es el protagonista de un relato tradicional cachemir, Nagraj y Heema. (N. del T.)

El vestido

hélia correia

portugal

Fátima

La mujer tenía la libertad en el vestido. Giraba los pies, haciendo la danza de los derviches, y la falda, tan amplia, iba subiendo y ondulando, hasta quedar horizontal. Entonces aquel gran movimiento se detenía, como al borde del desastre. El tejido alisado como lámina de un metal muy ligero, en suspensión. Era una de esas negaciones de las leyes de la física que no se sabe en qué difieren de un milagro. Si insistía, la mujer comenzaría, ciertamente, a volar. Pero conocía los límites. Mujer no vuela. Algunas cosas puede compartir con los pájaros: cantar, llevar comida a los hijos. Hasta colgar de un murito, apreciando un fragmento de paisaje, sin embargo, sin dejar de ponerse alerta. Levantar el vuelo, no.

Hasta porque le verían las piernas y las vergüenzas. Ya sin hablar de los periodos de la sangre. Las mujeres condenadas menstruaban, por la desregulación que hay en el terror, poco antes de ser ahorcadas. Eso hacía explícito lo que había en el espectáculo de muy sexual, equivalente a las misteriosas eyaculaciones que llenaban los pantalones masculinos, y hacía levantar las cabezas en un impulso nervioso, con el anhelo de ver el cadáver que caía, cortada la cuerda, hacia un lado del patíbulo.


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