Читать книгу Cuentos de Asia, Europa & América онлайн | страница 35
—¿Quieres decir que te asumí como propia y me despreocupé de ti?
—¿Dirías que eso es una mentira, que lo estoy inventando? —replicó en voz alta.
El profesor no pudo hacer más que mirarla fijamente, como mangosta hipnotizada.
—La mujer siempre ha padecido la tiranía y la opresión. Siempre. Desde tiempos inmemoriales, ¡en casa y fuera de ella! ¡Incluso los cinco pandavas, cuyo valor fue ejemplar, llegaron a apostar a su propia esposa, en un juego! ¿Acaso ha ocurrido algo más detestable y descabellado en este mundo? Recuerda a Ram y a Sita, que fueron personajes ejemplares, un dios y una diosa. Ram tuvo que exiliarse y decidió irse a residir al bosque. Sita lo acompañó, pensando en lo injusto que resultaba todo para él. Y aquí surge una duda: ¿le preguntó a Sita lo que ella pensaba de esa decisión? Al final, Sita tuvo que pasar la prueba del fuego junto a él. ¿Era necesario que ambos compartieran el suplicio? Es cierto que mucho ha cambiado desde entonces. Pero, incluso hoy, ¿acaso una mujer tiene una posición comparable a la del hombre? El nacimiento de una niña hace que se tuerza el gesto de todos los presentes. Para muchos, es preferible un aborto que una hija.
«Hay una variedad de recursos que se utilizan para evitar que nazca una hija. Tú los entiendes mejor que yo, profesor. ¿Los activistas por los derechos humanos no deberían evitar que se aplasten los derechos de las mujeres? La dote, ese cáncer, sigue carcomiendo nuestro tejido social. Las mujeres se enfrentan a la muerte por inmolación, no al fuego que las cremaría después de la muerte. Se incendian y luego mueren, en vez de que sea a la inversa, como dicta la costumbre. ¿No es algo desalmado? ¡Despiadado! Pueden verse unas cuantas mujeres en ciertas asambleas, tanto como en el Parlamento. Con todo y eso, ustedes, los hombres, hacen lo que les place. Se escriben leyes a su medida».
—¡Espera, espera! ¡Escucha, mujer! ¿Por qué me atacas? ¿Soy acaso un emperador o la cabeza del Parlamento? —dijo el profesor, exasperado—. ¿Qué puede hacer una persona ordinaria como yo? ¿Qué?