Читать книгу Cuentos de Asia, Europa & América онлайн | страница 36
—Te lo diré —respondió Shaama—. Es justo el hombre común quien da a luz ese sistema y lo legitima. Si lo rechazaran, podrían levantarse para derrocarlo. ¿Qué clase de enseñanza dabas a tus estudiantes? Transmitir el conocimiento significa despertar a las mentes. ¿Cuántas de ellas lograste elevar, a cuántas iluminaste? Hablas con elocuencia cuando se trata de los derechos humanos. ¿Alguna vez se te ocurrió que podías haber estado impidiendo el ejercicio de esos derechos en tu propia casa?
El profesor se había quedado mudo. Ni una palabra podía decir. Su Shaama parecía estar sumamente elocuente ese día. ¿Algo había cambiado en ella o se trataba de rabia pura? No dejaba de mirarla.
Cuando al fin vio Dharmaraj que la tormenta amainaba, volvió a interrogar a esta mujer sagaz y de veloz ingenio:
—Shaama, todos tus argumentos serán recuperados en la Tierra, cuando renazcas en tu nueva forma humana. Y entonces podrás lograr todo lo que no te fue posible en tu encarnación previa. Es posible que ésa sea la base para tu salvación futura. Tengo una sola pregunta que hacerte: ¿aceptas, para tu siguiente vida, la unión para la que el señor profesor ya tiene el corazón dispuesto?
—Señor, ¿para qué apresurarnos? Nos será concedido un renacimiento antes de eso y luego, llegado el momento, seremos adultos y nuestro matrimonio será un asunto a considerarse. ¿Cuál es la urgencia? En su curso normal, el tiempo decidirá cuándo será propicia tal unión... pero no con él... nunca... ¡de ninguna forma!
El profesor Suraj Prakash se quedó incapaz de ver: sus ojos se apagaron ante la imagen del rostro real de Shaama. Perdió el uso de todos sus sentidos. Sintió vértigo y se desmayó, dando un golpe en el suelo como un leño al caer.
Dharmaraj observaba el triste estado de las cosas. El resto de los presentes esperaban, como pilares de hierro, las órdenes que daría Dharmaraj.
Al ver todo esto, Shaama perdió el control y se sintió fuera de sí misma. Como una demente, se lanzó hacia su marido y comenzó a sacudirlo. Él parecía haber perdido toda sensación y estaba inerte. Shaama entró en pánico. Sin preocuparse de pedir permiso, tomó el vaso de agua que el señor tenía sobre la mesa y fue a rociar unas gotas sobre el profesor. Luego vertió un poco más sobre sus labios. El profesor abrió los ojos y su cuerpo, hasta entonces estático, cobró vida y se movió. Shaama lo llevó a sentarse en una silla cercana. Luego, volvió la vista hacia Dharmaraj, para saber si había hecho algo incorrecto. Vio una sonrisa contenida en su rostro y respiró, aliviada.