Читать книгу Cuentos de Asia, Europa & América онлайн | страница 34

Shaama estaba perpleja. Reflexionó un momento.

—¡Te pido que hables pronto! —el profesor no pudo contenerse—. ¡Tú, mi nueva novia y yo tu nuevo esposo!

De golpe, Shaama soltó su lengua:

—No... no... esto no puede ser. No voy a aceptarlo.

El profesor sintió como si le hubieran apaleado con un bastón. El suelo se movió bajo sus pies, y en completa estupefacción le respondió:

—¡Querida, mírame! ¡Soy tu Suraj, el profesor Suraj Prakash! Soy Nagraj,3 tu amor. Soy tu Manjoon y tu Satyawaan.¿Por qué no me reconoces? No podrías ni masticar un solo bocado sin mí.

—Señor profesor, te conozco enteramente, al derecho y al revés —respondió ella.

—Tonterías —dijo el profesor, indignado—. Mujer, ¿por qué no recuerdas tu vida recién terminada? Eras incapaz incluso de digerir la comida sin mí.

—¿Qué más podía hacer? No tenía opción —replicó ella—. Toda mujer, después del matrimonio, es entregada a una casa ajena y hace de ella su único nido. Sólo la abandona con la muerte, en un ataúd. Mientras tanto, se olvida de todo y entrega su vida entera en sacrificio.

—¿Qué quieres decir? —preguntó el profesor.

—El asunto es que una mujer, necesitada e indefensa, no puede hacer otra cosa que soportar la indignidad, la esclavitud y el sacrificio.

—¿Qué clase de fantasía estás tejiendo? ¿Estás fuera de tus cabales? —dijo el profesor.

—Estoy completamente lúcida —soltó ella—. Toda mi vida estuve confinada en las cuatro paredes de mi hogar, prisionera como un ave enjaulada. Dime dónde pasabas esas horas valiosas, antes de que regresaras a casa por las noches. Harta y exhausta, solía esperarte como si hubieras sido mi exigua ración de alpiste.

El profesor estaba atónito. Las palabras seguían brotando de Shaama, como una cascada:

—Un día sí y al otro también, invitabas a tus amigos a casa. Jugaban cartas y se ponían a chismorrear, a hacer bromas tontas y hablar de naderías. Llegabas a beber un trago o dos mientras yo, sin parar, cocinaba y guisaba cada noche para tus invitados, con la desesperación subiendo por cada uno de mis cabellos. Ellos se iban ya avanzada la noche y yo pasaba las siguientes horas lavando los trastes y limpiando la casa, en el frío punzante, hasta que me dolían los ojos. Mi cuerpo entero se congelaba. ¿Y te atreves a preguntarme si te conozco? ¿Qué es la vida de una mujer común?, te pregunto. Es un instrumento cuya piel, rosada y pura, se encoge y desgasta mientras cría niños. La mujer siempre ha sido un juguete en las manos del hombre, que sólo acierta a ser un poco afable con ella de vez en cuando y se dedica a usarla injustamente.


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