Читать книгу Cuentos de Asia, Europa & América онлайн | страница 31
«¡Maldita suerte! Tal vez él entienda todo...», comenzó a preocuparse el profesor y, en su tumulto interno, se imaginó a sí mismo, mientras desgarraba a mordidas la carne de sus propias muñecas.
El aura y la conducta de Dharmaraj, grandiosas y solemnes, eran incomparables. La mesa en la que trabajaba estaba impecable. Sobre ella, en un costado, había un vaso de agua cristalina, con una tapa sobre él. Del lado opuesto, estaba el archivo del profesor y nada más.
Lucía apuesto y soberbio en su túnica, más elevado que el resto. Detrás de él estaban plantados dos guardias. ¡En verdad, Dharmaraj tenía toda la apariencia de un juez!
Mucho más abajo de Dharmaraj se hallaba sentada una persona que extraía, de cada lote, el archivo que se requería. Era el encargado del registro que, según se decía, era llamado Inderjeet. Sus dos brazos se proyectaban hacia atrás. Mientras trabajaba, su vista no recaía en sus manos. Por lo tanto, gracias a esto, no era capaz de hacer trampa o cometer fraude. El profesor, entonces, miró sobre su hombro para contemplar, erguidos sobre sus pies, a los emisarios de la muerte, que habían transportado su alma hasta la morada de Dharmaraj. Sus lenguas eran púrpura y sus rostros del color de la brea, cual si se hubiera untado alquitrán sobre ellas.
«¡Astutos, pillos! No sueltan ni un chillido, como si no supieran nada. ¿Acaso me trajeron a estos lares, a través de leguas y leguas de senderos peligrosos? Supieron que habría de tener un accidente y de inmediato me raptaron, como a una gallina, para traerme aquí. Mi esposa estaba a mi lado. Me pregunto si su alma fue transportada hacia acá. Mi vida estaba por expirar, pero la suya se había extinguido ya. Un costado entero de su cabeza, hasta la mejilla, estaba empapado en sangre. Está bien que haya muerto. Shaama simplemente no habría sido capaz de vivir sin mí. ¡Cuánto me quería! Ella vivía por su esposo. Era un referente para todas las esposas. ¡Una diosa, de hecho! ¿No debería preguntar dónde está? Debe estar buscándome, a su amado, su satyawan».