Читать книгу La Reina Roja онлайн | страница 51
El patriarca de cabello de plata brama en respuesta:
—¡Yo reclamo la prueba de las reinas!
En toda la Espiral, los líderes de las diferentes Casas gritan al unísono. “¡Yo reclamo la prueba de las reinas!”, repiten, conservando una tradición que yo no entiendo.
Tiberias sonríe y asiente.
—Comencemos entonces. Lord Provos, si me hace el favor.
El rey voltea en el acto, hacia la que supongo es la Casa de Provos. El resto de la Espiral sigue la dirección de su mirada, y los ojos de todos van a dar a una familia vestida de dorado con rayas negras. Un viejo de cabello gris cruzado por blancos mechones, avanza. Con su extraña vestimenta, parece una avispa a punto de clavar el aguijón. Hace un movimiento brusco con la mano y no sé qué esperar.
La plataforma se tambalea de súbito, ladeándose. Yo no puedo menos que saltar, y casi choco con el sirviente que tengo a mi lado, mientras resbalamos por un carril invisible. Con el alma en un hilo veo que también el resto del Jardín Espiral rota. Lord Provos es un telqui, y mueve la estructura por carriles preestablecidos con sólo el poder de su mente.
La estructura entera gira bajo su mando hasta que el escenario ajardinado se ensancha en un círculo enorme. Las terrazas bajas retroceden, para alinearse con los niveles superiores, y la espiral se convierte en un cilindro inmenso abierto al cielo. Mientras las terrazas fluyen, el escenario se sumerge, hasta detenerse a casi seis metros bajo el palco inferior. Las fuentes se vuelven cascadas, se vuelcan desde lo alto del cilindro hasta su base, donde llenan pozas angostas y profundas. Tras un último resbalón, nuestra plataforma hace alto sobre el palco del rey, lo que nos ofrece una vista perfecta de todo, incluido el escenario que hay allá bajo. Esto tarda menos de un minuto, durante el cual Lord Provos transforma el Jardín Espiral en algo mucho más siniestro.
Pero cuando Provos vuelve a tomar asiento, el cambio no ha terminado aún. El zumbido de la electricidad aumenta hasta hacerlo crepitar todo a nuestro alrededor, lo que me para los vellos de los brazos de punta. Una luz violácea brilla cerca de la base del Jardín, y echa chispas con la energía que procede de puntos minúsculos e invisibles en la piedra. Ningún Plateado se levanta para controlar esto como hizo Provos antes. Entiendo por qué. Esto no es obra de un Plateado, sino una maravilla de la tecnología, de la electricidad. Relámpagos sin truenos. Los haces de luz se entrecruzan y cortan, y tejen una red brillante y cegadora. Me duelen los ojos de sólo mirarla, como si me clavaran puñales afilados en la cabeza. No sé cómo pueden soportarlo los demás.