Читать книгу La Reina Roja онлайн | страница 54
Electricidad, Plateados y alaridos se revuelven en mi cabeza mientras veo a ninfas, verdosas, colosas, telquis, raudas y lo que parece un centenar de Plateadas de otros tipos lucirse bajo el escudo. Cosas que ni siquiera en sueños creí posibles suceden ante mis ojos, al tiempo que estas muchachas convierten su piel en piedra o rompen paredes de cristal a gritos. Los Plateados son más grandes y fuertes de lo que siempre temí, con poderes que ni siquiera sabía que existieran. ¿Cómo pueden ser reales estas personas?
He recorrido un largo camino, y de repente estoy de vuelta en el ruedo, viendo a los Plateados alardear de todo lo que nosotros no somos.
Me lleno de asombro cuando un animus que domina criaturas hace bajar del cielo un millar de palomas. En el momento en que las aves se arrojan de cabeza sobre el escudo de rayos y revientan en nubecillas de sangre, plumas y electricidad mortífera, mi encanto se vuelve indignación. El escudo echa chispas otra vez, y desintegra lo que queda de las aves hasta lucir como nuevo. Los aplausos por el retorno al escenario del despiadado animus casi me producen náuseas.
Otra joven, es de esperar que sea la última, sale al ruedo, ya reducido a polvo.
—¡Evangeline, de la Casa de Samos! —proclama el patriarca de cabello plateado.
Él es el único de su familia en tomar la palabra, y su voz retumba en todos los rincones del Jardín Espiral.
Desde mi atalaya, veo que el rey y la reina se incorporan en sus asientos. Evangeline ya ha captado su atención. En marcado contraste, Cal se mira las manos.
Mientras que las otras muchachas portaban vestidos de seda, y algunas una extraña armadura dorada, Evangeline aparece con un traje de cuero negro. Chamarra, pantalones, botas, todo con estoperoles de dura plata. No, no de plata. De hierro. La plata no es tan mate ni tan dura. Su Casa la aclama de pie. Es de la familia de Ptolemus y el patriarca, los hombres de cabello plateado a los que serví agua. Pero también la vitorean otros, otras familias. Quieren que ella sea la reina. Es la favorita. Llevándose dos dedos a la frente, Evangeline saluda, primero a su familia y luego al palco del rey. Ellos corresponden al gesto, descaradamente a favor de ella.