Читать книгу La Reina Roja онлайн | страница 52

Los Plateados parecen sobrecogidos, intrigados con algo que no pueden controlar. En cuanto a los Rojos, miramos boquiabiertos, sumergidos en un temor reverente.

La red se cristaliza mientras la electricidad se expande y se ramifica. Y entonces, tan súbitamente como llegó, el ruido termina. Los rayos se congelan, se solidifican en pleno vuelo y producen un escudo transparente de color púrpura entre el escenario y nosotros. Entre nosotros y lo que pueda aparecer allá.

Mi mente se desboca, preguntándose qué podría requerir un escudo de relámpagos. Un oso no, tampoco una manada de lobos, ni cualquiera de las singulares fieras del bosque. Ni siquiera las criaturas mitológicas, los grandes felinos, los tiburones de los mares o los dragones que representarían un peligro para los abundantes Plateados que hay acá arriba. ¿Y por qué tendría que haber bestias en la prueba de las reinas? Se supone que ésta es una ceremonia para elegir soberanas, no para luchar contra monstruos.

Como si me respondiera, el suelo del círculo de estatuas, convertido ahora en el pequeño centro de la base del cilindro, se ensancha. Sin pensarlo, me muevo hacia delante, con la esperanza de ver mejor. Los demás sirvientes se aglomeran a mi lado, queriendo ver qué horrores puede generar este aposento.

La joven más pequeña que haya visto nunca emerge de la oscuridad.

La aclamación asciende mientras una Casa de seda color café y gemas rojas aplaude a su hija.

—¡Rohr, de la Casa de Rhambos! —prorrumpe la familia, anunciándola al mundo.

La chica, que no tiene más de catorce años, sonríe a los suyos. Es menuda en comparación con las estatuas, pero curiosamente sus manos son grandes. El resto de ella parece proclive a ser arrebatada por una brisa fuerte. Da una vuelta al cerco de estatuas, sin dejar de sonreír hacia arriba. Posa su mirada en Cal, quiero decir en el príncipe, al que intenta atraer con sus ojos de liebre, o con la sacudida ocasional de su cabello castaño rubio. En suma, parece ridícula. Hasta que se acerca a una estatua de sólida piedra y arranca su cabeza de un solo golpe.


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