Читать книгу La Reina Roja онлайн | страница 50

La innegable ridiculez de este título me hace reír tanto que no reparo en el joven que saluda y sonríe. Por fin alzo los ojos, para poder decir que estuve así de cerca del futuro rey. Pero me encuentro mucho más de lo que esperaba.

Las copas de cristal caen de mis manos sobre la pileta sin romperse.

Conozco esa sonrisa y esos ojos. Apenas anoche incendiaron los míos. Él me consiguió este trabajo, me salvó de alistarme. Era uno de nosotros. ¿Cómo es posible?

Él voltea por completo, saludando a su alrededor. No hay duda.

El príncipe heredero es Cal.


SIETE

Vuelvo a la plataforma de los sirvientes con una sensación de vacío en el estómago. Si acaso había sentido felicidad hasta este instante, se desvanece ahora por completo. No me atrevo a voltear otra vez, verlo ahí con ropas elegantes, cargado de galones y medallas, y justo con los aires de grandeza que no soporto. Como Walsh, él también porta la insignia de la corona en llamas, pero la suya es de mármol negro, diamantes y rubíes. Titila sobre el negro oscuro de su uniforme. ¡Qué diferente de las prendas sencillas que vestía anoche, usadas para no desentonar con pueblerinos como yo! Ahora parece un futuro rey de pies a cabeza, Plateado hasta la médula. Y pensar que confié en él.

Los demás sirvientes se hacen a un lado, para permitir que me arrastre hasta el último sitio de la fila mientras la cabeza me da vueltas. Él me consiguió este trabajo, me salvó, salvó a mi familia… y es uno de ellos. Peor que uno de ellos. Un príncipe. El príncipe. La persona a la que la totalidad de quienes ocupan esta monstruosidad de piedra en espiral han venido a ver.

—Todos están aquí para honrar a mi hijo y al reino, de manera que yo los honro a ustedes —ruge el rey Tiberias, haciendo añicos mis pensamientos como si fueran de vidrio. Alza los brazos para señalar los numerosos palcos y sus ocupantes. Aunque yo hago todo lo posible por no quitarle la vista de encima, no puedo hacer otra cosa que mirar a Cal. Él sonríe, pero sus ojos no—. Honro su derecho a gobernar. El futuro rey, el hijo de mi hijo, será de su sangre plateada, y de la mía. ¿Quién osará reclamar su derecho?


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