Читать книгу Cuentos de Asia, Europa & América онлайн | страница 99

Sabes que el mejor y más productivo pedazo de tierra de unas diez bighas se conoce como la tierra de Nimey Santhal. ¿Quién era este hombre? Nadie lo sabe. Tal vez fue uno de nuestros ancestros. Esa tierra ahora es de los brahmanes utkal. Las treinta bighas que rodean esa área, divididas en terrenillos, se manejan por contratos de aparcería y se les conoce como tierras santhal, aunque no les pertenecen a los brahmanes. ¡Lo mismo es el caso de Bagdir Math, Domer Math, Mahalishol, Dharopayjora y muchas otras!

—Los nombres de estos terrenos contienen pistas sobre sus verdaderos dueños. Es como el nombre de la India, que no se convirtió en «Inglaterra» en doscientos años. Todos siguen intactos.

Nos quedamos atónitos al escucharlo. Se podía ver el asombro en los ojos de los bagdis, los bawris, los doms y los santhal. El decrépito Hori Dom gritó:

—¡Es cierto! Domer Math solía ser nuestra. Mi padre me lo dijo.

Debendranath nos lo había contado durante el anochecer. Todo estaba quieto. Esas palabras parecían hacer eco en el bosque a nuestro alrededor. Podía escuchar que hablaba, que nos decía: «Es cierto, toda esta tierra es de ellos. Somos un bosque antiguo y podemos comprobar este hecho».

Me deprimí. Nadie más podría escuchar este bosque, pues los árboles no hablan. No pueden ir a testificar por nosotros en las cortes.

De cualquier modo, las cortes son lugares muy peligrosos. Cuando intenté proteger mi vida al decir la verdad respecto al caso que habían inventado otros, los abogados interrogaron a otros testigos y los hicieron corroborar testimonios falsos. Uno de ellos, un pobre hombre que fue sentenciado y aterrado en la corte, había vuelto a su aldea devastado. Dijo una y otra vez que ese lugar hace que la lengua se sienta pesada, que te duela la cabeza frente al abogado y que se te suba la presión por el terror.

Por eso, incluso si alguien sabe la verdad, no sirve de mucho. Esos hombres habían sido como los árboles, incapaces de hablar.

A pesar de todo, Debendranath se fue a investigar al pueblo. Un día volvió a Sonari Mara lleno de júbilo. ¡La cantidad de documentos que traía! Había recolectado mucha información y estaba feliz. Le pregunté dónde había estado.


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