Читать книгу Cuentos de Asia, Europa & América онлайн | страница 101
Qué tarea tan inmensa se había impuesto Debendranath: tratar de recuperar al camaleón que se había vuelto gris y marchito bajo los árboles equivocados para devolverlo al refugio del bosque verde. Creía que la evidencia del archivo nos restituiría esa tierra.
Pero no fue así. Esa gloriosa corte hedía a camaleón putrefacto. Los documentos estaban tan viejos que comenzaron a deshacerse. El tiempo pasó. El juez salió a comer, se echó una siesta y cuando volvió, sólo quedaba el polvo de la verdad en la ropa del abogado. Los argumentos y contraargumentos se volvieron más y más intensos. El juez interrogó a los presentes y cuestionó todos y cada uno de los argumentos. Se rascaba la frente. No podía llegar a un veredicto. «Así es como funciona el mundo», pensaba.
No se lograron cambiar los colores del camaleón de aquel modo. Acosaron a Debendranath a tal grado que no volvió a Sonari Mara. Los ricos estaban furiosos con él y con nosotros también. Las consecuencias fueron poco agradables. Habíamos nacido en esa tierra y nuestro derecho sobre ella era natural pero, cuando volvimos de la corte, nos desalojaron. Esto pasaba con frecuencia. La tierra comenzó a sangrar. Nos dimos cuenta de que, en este mundo, todo estaba en contra nuestra.
A pesar de su enorme educación y comprensión, Debendranath no estaba consciente de las leyes de la naturaleza. Las únicas leyes que esta vida insoportable nos ha enseñado son las de las nubes y los bosques. No es posible entenderlas a menos que uno nazca entre los árboles. ¡Nadie más sabe cuándo la tierra quiere saborear las nubes!
No es posible resucitar a una criatura muerta de este modo. Las leyes y los documentos son el veneno que le cambian el color. Debendranath sabía que era posible usar ese mismo veneno para devolverle la vida porque veneno mata veneno. Pero es importante recordar que el veneno se puede aplicar de nuevo, sin remedio alguno.
¿Cómo íbamos a creer que cualquier cambio de color a esos documentos sería permanente? ¿Quién podía prometernos que esa gente no volvería a hallar la forma legal de quitarnos la tierra?