Читать книгу Cuentos de Asia, Europa & América онлайн | страница 121
Versión del inglés de Eduardo Padilla
La musa fiel
john le carré
inglaterra
Hubo una época cuando, al terminar una novela, podía arrancar a toda marcha. Y sabía que si seguía avanzando y no me preocupaba por todas esas tonterías pesarosas de la edición y la publicación, podría escribir un nuevo libro en la mitad de tiempo que me tomó el anterior. Quizá hasta podría haber tenido razón. Pero no en esta ocasión. En esta ocasión arranqué vacilante. Soy como un preso después de una larga condena: mal preparado para la vida, receloso de la separación, nostálgico por los camaradas con los que estuve encerrado, y ansioso por volver a esa prisión donde me siento seguro. Más extraño aún, tengo asuntos pendientes. Tengo la sensación de haber escrito la novela de alguien más.
La novela en cuestión se llama El jardinero fiel. Cuenta la historia de un diplomático británico de mediana edad que busca a los asesinos de Tessa, su joven esposa. Justin, se llama el diplomático, un diligente burócrata en la Alta Comisión Británica en Nairobi. La historia comienza con la muerte de Tessa en la costa del lago Turkana, al norte de Kenia; muere apuñalada y al chofer de su jeep le cortan la cabeza. Su compañero y presunto amante, un doctor africano, aparentemente escapó. Ahí arranca la historia.
¿Dónde y cuándo inició la novela? Siempre me hago esa pregunta idiota, y siempre eludo la respuesta, porque en realidad no la hay. Pero en esta ocasión, para mi sorpresa, creo tener algunos indicios.
Una tarde de verano hace veinte años, un ciclista de barba negra y con beret entró al bar en Basilea donde yo tomaba un trago, estacionó su bicicleta junto a mi mesa y me llenó la cabeza con las pendencias de las multis, como él las llamaba —las gigantescas multinacionales farmacéuticas que han construido sus sombríos castillos en la ribera del Alto Rin. Su bicicleta era blanca. En aquellos tiempos, las bicicletas blancas eran símbolos de revuelta, algo así como las camisas blancas fueron después un símbolo de protesta contra Noriega en Panamá. El ciclista me contó que había trabajado como químico pero que ahora era anarquista porque se negaba a formar parte del envenenamiento de la humanidad. Olvidé el resto de lo que me contó, si acaso logré entender algo. Al no ser científico, me interesaba más su anarquismo que su trabajo como químico. Pero, como escritor, en secreto sentí uno de esos escalofríos anticipatorios: Algún día encontraré la manera de escribir sobre ti y tus multis, pensé. Pues bien: hoy, veinte años después, lo hice. En la novela dejé fuera su barba y su bicicleta y eché un poco de agua fría sobre su anarquismo. Pero conservé sus multis y su furia y las trasladé a África. Y mi objetivo sigue siendo el suyo: las malvadas compañías farmacéuticas que, contrarias a sus hermanos y hermanas con conciencia moral en la industria, envenenarían al planeta si eso significara un alza en sus acciones.