Читать книгу Cuentos de Asia, Europa & América онлайн | страница 116

Bronda

aharon appelfeld

israel

Apareció el gran desfile, el desfile esplendoroso, colmando la calle entera. La muchedumbre fluía desde las callejuelas y se aglomeraba en las esquinas. Los jóvenes iban con atuendos de colores y las muchachas llevaban vestidos de verano. Se movían como siguiendo el compás. El acto estaba a punto de comenzar y el tráfico se dirigía hacia el norte, por debajo de los arcos luminosos.

El coro de niños, vestidos de azul, entonó la canción «Jerusalén Celestial» y los ancianos que los contemplaban desde los balcones suspiraban a escondidas como si los tocara el espíritu de la extinción. A continuación, apareció la banda, los tambores, las trompetas doradas. El séquito de autoridades ya había pasado por la calle principal. La gente los aclamaba y las fanfarrias anunciaban su llegada.

Qué abandonadas estaban las cafeterías. La gente se amontonaba junto a las máquinas de espresso, apretujados unos con otros, como si acabaran de descubrir el secreto de su temporalidad. El prestamista Kandel sintió de pronto que todo a su alrededor era grandioso y que él se escondía en sí mismo como un topo. Sólo de noche, cuando todo se silenciaba, salía de su escondite. También en las noches claras la gente huía de él como de la mala sombra.

Tiempo atrás encontraba solaz con Bronda, la ciega. Ella lo metía sigilosamente en su habitación, en el sótano, y él se atrincheraba en su ceguera. Era un cuarto estrecho, iluminado con una oscuridad tenue, con una mesa a lo largo junto a un banco de madera que parecía robado de una iglesia abandonada. La amplia cama era bajita. Ella salía poco de su alcoba. Los vecinos le habían puesto un grifo con el que solía bañarse en una gran batea de madera.

Hace años, él le había prometido que la haría su esposa, le compraría una casa y que podría sentarse en la terraza. Y cada vez que él le hacía esas promesas, Bronda lo ridiculizaba, no le creía. Él se quejaba: los comerciantes lo estaban agotando. Cuando él se acercaba, le cerraban las tiendas. No sabía qué hacer.


Представленный фрагмент книги размещен по согласованию с распространителем легального контента ООО "ЛитРес" (не более 15% исходного текста). Если вы считаете, что размещение материала нарушает ваши или чьи-либо права, то сообщите нам об этом.