Читать книгу Cuentos de Asia, Europa & América онлайн | страница 113
Hombres no faltaban, que, aunque a una ya no le interesen, siempre son un tema para conversar con las amigas. En la habitación de enfrente, justo cruzando el pasillo, estaba alojado un muchacho de unos cuarenta años (un chico, pensaba Mónica) que no funcionaba bien. Cuando venía la mamá, le daba el yogur en la boca y lo acompañaba a bañarse, y cuando la mamá se iba, el chico se quedaba llorando durante horas. En cambio con el papá se portaba mucho mejor, se notaba que le tenía un poco de miedo. También había un señor de rulos canosos, cortés y reservado, que venía por Depresión con Intento. De golpe dejaba de lado sus modales elegantes y gritaba con voz ronca, pidiendo cigarrillos. La Depresión con Intento parecía ser el problema más común, por suerte no había ningún caso grave y casi con todo el mundo se podía conversar. Nadie andaba en pijama, sino con ropa fresca y cómoda, como quien está de vacaciones.
Una tarde a Mónica y a Teresita les llamó la atención la forma en que caminaba una de las adolescentes, que tropezaba y se chocaba contra los marcos de las puertas. Al día siguiente, en la sesión de terapia, la chica confesó que su hermana le había pasado droga metida en bolsitas de nailon adentro de una torta de mandarina.
Los médicos decidieron que las chicas tenían que estar separadas y vigiladas, lo que era muy complicado en un espacio tan pequeño. Cambiaron de habitación a la menor, que tenía solamente trece años. Vino el papá para internarse con ella. La seguía todo el día por el pasillo y dormía en la cama de al lado. Daba un poco de pena ese señor con barba blanca dale que dale de aquí para allá con la chica que ni lo miraba. La mayor, que tenía diecisiete, se consiguió una botella de plástico de Coca-Cola y cuando se ponía de mal humor (o sea, casi siempre) golpeaba la botella contra las paredes haciendo un ruido muy molesto. Una de las psicólogas le hablaba y le hablaba para convencerla de que dejara la botella. Como no había locos muy locos, en el Pabellón nunca se usaba fuerza física, a menos que alguien quisiera dañarse a sí mismo o atacara a otra persona. Tampoco se revisaba a las visitas. Algunas de las enfermeras y enfermeros eran muy simpáticos con los pacientes, otros eran indiferentes.