Читать книгу Cuentos de Asia, Europa & América онлайн | страница 112

—Otra adicta. La están desintoxicando —explicó Teresita, que no estaba en su primera internación.

Preguntarle algo a los médicos o a las psicólogas era inútil. Sonreían amablemente pero no contestaban. La nueva resultó bastante hosca, caminaba lentamente de un lado al otro echando miradas indignadas a los demás internados, como si les reprochara su pasividad.

—Como un cocodrilo enjaulado —dijo Teresita.

A Mónica, la expresión le pareció muy pertinente.

Entre ellas la llamaban La Amarga y, para abreviar, Lamarga. Todo lo encontraba mal y se la pasaba insultando a las psicólogas, que no le contestaban.

En el Pabellón nadie se quedaba por mucho tiempo. Se trataba de internaciones breves, para problemas que no eran demasiado graves, o que sí eran, pero que una internación más larga no podía solucionar de todos modos, como los intentos de suicidio. El único que estaba allí hacía mucho tiempo era el Gordo Tonto. Se rumoreaba que no tenía documentos, que alguien lo había abandonado en el Pabellón unos meses atrás y se había ido sin dejar ningún dato. El rumor no tenía sentido porque en un hospital privado no dejaban internado a nadie que no tuviera al día sus cuotas y, sin embargo, gente perfectamente lúcida y razonable lo repetía como si fuera cosa probada.

A Mónica le gustaban casi todas las actividades. La sesión de grupo, porque siempre se enteraba de algo interesante y le hacía pensar en una charla en el patio de carpas, tomando mate con facturas. La clase de yoga también era muy buena, con linda música clásica, comparable a esas clases de gimnasia que ofrecen a veces los balnearios y sin el bochinche a todo volumen de la música moderna. La clase de recreación podría haber sido más interesante si hubieran tenido una buena profesora, pero la señora que la dirigía no tenía muchas ideas para proponer y tampoco materiales para trabajar. A Mónica le hubiera gustado modelar arcilla, en otra época había hecho un curso de cerámica con torno que disfrutó mucho. Propuso dar unas clases de Historia Antigua y a la profesora le gustó la idea, pero los demás internados no tenían ganas, preferían seguir borroneando papeles con carbonilla a la cualquier cosa, aunque la profesora hablara de «las obras». Lo único que Mónica realmente extrañaba, además de sus vecinas, era una buena peluquería. Pero ¿hubiera ido ella a una peluquería en un pueblito de la costa, a dejar que cualquier chiquita sin experiencia le metiera las manos en el pelo?


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