Читать книгу Antología 10: Planes divinos онлайн | страница 28
Veía noticias de bebés abandonados y me entristecía, mientras pensaba: “¿Por qué yo no puedo? Si quiero tanto ser mamá, lo anhelo en lo profundo de mi ser”. No me importaba si lo abandonaban en mi casa o si tenía que buscarlo a diez mil kilómetros. Solo quería tenerlo. Mi fe en Dios era inmensa, pero sentía dolor cada vez que recibía un “no”.
En la comunidad de fe a la que asistía era motivada, animada y consolada, pero recuerdo haber mirado con tristeza a otras madres. Anhelaba escuchar esas palabras y ser nombrada así, “mamá”. Oraba llorando a Dios, y siempre la petición era la misma. Leía en mi Biblia las historias de mujeres que no podían tener hijos y trataba de reflejarme en ellas. La situación que más se parecía a la mía era la de Ana. Su corazón se derramó llorando delante del Señor y tuvo su anhelado hijo. Pero también escuchaba sobre los pecados, las maldiciones y que lo malo que hacemos puede ser impedimento para el obrar de Dios.
Algunas personas me decían que era muy grande para tener hijos, otras decían que quizás había hecho algo antes que lo impedía. Pero gracias a la misericordia de Dios, también llegaban personas amadas que me infundían ánimo y confianza. Por esos días vinieron muchos predicadores. Varios nos dijeron: “Ustedes van a tener un hijo, y va a ser un varón”.
Ya estábamos en el año 2006 y seguíamos esperando. Años después, el doctor vio como salida la técnica de reproducción asistida in vitro. Tenía miedo de no hacer la voluntad de Dios. Oramos mucho, porque fue un proceso lleno de emociones contrariadas. Finalmente implantaron los embriones, pero no resultó positivo. A esta altura tenía más hijos en el cielo que en la tierra, y esto causaba estragos en mi vida, debilitándome la fe. Ningún camino me llevaba a ser madre.
La comprensión del inmenso amor de Dios
Una noche de soledad, entre lágrimas y suplicas, hablando con Dios le dije: “Señor, dijiste que voy a tener un hijo y te creo, así como sé que abriste el mar Rojo para que tu pueblo pasara o que le diste a Abraham y a Sara descendencia. Pero ¿qué hay de mí, Señor? No tengo la fe de Abraham. Y si a él, que tenía fe grande, le diste una señal clara y tangible mencionándole la arena del mar y las estrellas del cielo, te pido por favor que me des algo visible y palpable que aliente mi fe”.