Читать книгу Antología 10: Planes divinos онлайн | страница 27
Los siguientes fueron años de mucha tristeza. Cuando me enteraba de la llegada de algún niño en nuestro entorno, sufría mucho. Y no por envidia precisamente, sino por el deseo tan fuerte, grande e imposible de contener de ser madre. Miraba a las aves con sus pichones, y cómo a pesar de su fragilidad eran bendecidas con sus crías. Toda la naturaleza me hablaba del amor y la bondad de Dios, solo que yo no podía alcanzar esa bendición en ese momento.
También aparecían los consejos de mis amigas que me consolaban diciendo que seguramente Dios me iba a mandar otros hijos. De familiares y amigos que me aconsejaban que visitara un médico especialista y que “mientras hay vida hay esperanza”. Fueron tantas las cosas que me decían, las cuales influían en mis pensamientos. Cuando una cristiana pasa una prueba como ésta, debe acomodar sus emociones y alinearlas a la fe. Suena fácil decirlo, pero es bien difícil cuando la espera empieza a ser más larga de lo imaginado.
¿De qué se trata todo esto?
Los tratamientos que se tienen que hacer para tener mejores resultados son cirugías. Entonces, empiezan a invadir emociones como desconfianza, miedo e inseguridad por los médicos y las clínicas. Mi diagnostico era “infertilidad a causa de endometriosis severa con obstrucción en las trompas de Falopio”.
Mi esposo también tuvo que ir a cirugía. Con cada diagnóstico médico acudía a Dios en oración, suplicando que nos ayudara a tener hijos. Miraba la vida de los otros cumplirse mientras la nuestra estaba paralizada por un problema sin solución. Recuerdo esa sensación aún hoy.
Quizás alguien necesita leer esto ahora. Aunque no sé tu nombre ni por qué llegó este libro a tus manos, quiero que sepas que Dios mismo me impulsó a escribir de su poder y de lo inmenso que es su amor. Él puede cambiar tu realidad. No se trata de lo que hagas, sino de su intervención. Absolutamente todo se trata de Él, y mientras hay vida, hay esperanza de lograrlo.
Las adversidades y las misericordias
“¿No pensaron en adoptar?” Era la frase que más escuchábamos. Y es entonces, cuando te anotas para adoptar, que descubres que no eres más que un número. El 2337 era el nuestro. La espera era tan interminable como la lista de padres.