Читать книгу Antología 10: Planes divinos онлайн | страница 22

Tantas veces deseé morir, y tuve varios intentos fallidos de suicidio, aunque creo que no eran más que gritos pidiendo ayuda. Pero nadie escuchaba. Éramos sobrevivientes, apenas pudiendo con nuestras vidas. Entonces llegaron mis hijos, y decidí aferrarme a ellos. Me motivaban a seguir tratando de encajar las piezas del rompecabezas que era mi matrimonio.

Pero nada forzado puede perdurar. Y después de años de intentarlo todo, decidí terminar con el matrimonio. De pronto, todo fue nuevo. Estaba sola, con mis hijos de catorce y siete años. Aquel padre resentido no quiso volver a verlos. Nunca entendió que se divorciaba de mí, no de ellos.

Nuestra situación económica cambió. Tenía trabajo, pero ahora teníamos esa única entrada de dinero. Pasamos muchas noches de arroz, y otras de mate cocido, sumado a varias cuentas sin pagar. Lo triste era sentir que ya no había mucho apoyo de nadie, solo unos pocos quedaban. El juicio de los cercanos muchas veces es más duro que el de otra gente.

El panorama no era bueno. Por ese tiempo se acrecentó una adicción a los sedantes que tenía desde la adolescencia. Sumado a eso, también tomaba medicamentos psiquiátricos. Me superaban los problemas y prefería andar como una zombi. Dormía todo el día, era mi escape.

Pasaban los años y no dejaba de sumar relaciones con hombres abusivos, mentirosos, con ninguna intención de compromiso. Fue larga esa temporada. Fueron muchos años de andar descarrilada. Sumado a eso, llegó la muerte de mi padre, lo que acabó por devastarme. Todo era gris por aquel tiempo. Pero…

Planes divinos

Había pasado un mes de vacaciones en mi casa, deprimida. Ni siquiera había salido a la vereda. Pasaba el día acostada, mirando televisión durante la noche y durmiendo de día. Al mes siguiente, me propusieron dar clases de repostería. Era algo nuevo para mí, pero entusiasmada, acepté. Jamás imaginé que ese taller sería la bisagra en mi vida.

Entre ansiedad y alegría, comenzaron las clases. Y aquellas mujeres ayudaron a que abriera mis ojos. Había esperanzas para mí, me sentía útil. No solo aprendían a decorar tortas. Aquellas clases de los lunes se transformaron en reuniones de amigas donde, entre charlas y decoraciones de pasteles, podíamos encontrar ese lugar de paz que tanto necesitábamos.


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