Читать книгу Antología 10: Planes divinos онлайн | страница 19

En ese ínterin, fuimos a Buenos Aires para buscar ayuda médica. Los estudios demostraron que el cáncer ya se había infiltrado a la sangre, es decir que no solo tenía un linfoma en la cabeza, sino que también tenía leucemia. El panorama se hacía más complicado, pero todo estaba por cambiar…

Una gran decisión: poner toda la confianza en el Señor

Comencé el tratamiento el 2 de octubre de 2017. Tomé la primera sesión de quimioterapia sin dificultades. Luego de quince días me hicieron un análisis, y sorprendentemente, la leucemia había retrocedido de forma completa. Fue una noticia casi increíble. Apenas habíamos iniciado el tratamiento, y una semana después ya se veían buenas reacciones. Tres semanas después, me hicieron una tomografía en la cabeza, y el linfoma también había desaparecido, sin siquiera dejar secuelas.

Recuerdo fielmente la mirada de confusión de mi mamá, al preguntar incrédula al neurocirujano por qué ya no había ningún rastro de la enfermedad. “No hay nada señora, no hay nada”, repetía incansablemente el médico que nos atendió. Fue una noticia que levantó nuestros ánimos. Dios había obrado el milagro, pero a su tiempo y a su manera. Sin embargo, la batalla aún no había terminado. Me esperaba un frío y duro tratamiento de nueve meses de duración. Los doctores nos explicaron que en el momento en que un paciente comienza el tratamiento, sin importar si se sana enseguida, está obligado a finalizarlo, ya que aún sigue en peligro de sufrir una recaída. Pero esa parte de mi historia quedará para otro capítulo.

Lo que yo quiero dejar como mensaje sobre este milagro que Dios hizo en mi vida, es que Él es Soberano por sobre toda situación. Más adelante, entendí que usó esa situación con el propósito de enseñarme a depender de Él. No solo me sanó físicamente, sino que también me sanó espiritualmente. Yo era una oveja que se había apartado, pero Dios me había acercado de vuelta. “De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven”. (Job 42:5).

Dios, siendo Todopoderoso, en realidad también estuvo en una posición de vulnerabilidad. Vino a este mundo haciéndose hombre, y sufriendo terriblemente en una cruz por causa de mis pecados. Él conoce en carne propia la angustia de tener que enfrentar a la muerte. Pero cuando murió, la muerte no le pudo retener por mucho tiempo, ya que Él era más poderoso.


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