Читать книгу Antología 10: Planes divinos онлайн | страница 18
En sus intensos tiempos de oración, mis padres recibieron palabras de parte de Dios de que yo sanaría. Una mujer nos contó que mientras estaba orando, tuvo una visión muy clara donde observaba cómo mi cabeza se encontraba reluciente y brillante, sin ninguna mancha, haciendo referencia a que se trataba de una sanidad que ocurriría. Otra palabra que recibió mi mamá se encuentra en el libro de Oseas 2:14-15. Con esto en mente, creímos que Dios ya había hecho el milagro de sanidad en mi vida, así que decidimos no empezar el tratamiento de quimioterapia, una decisión muy radical. De esa manera, regresé a mi vida normal.
Pensábamos que no había nada de qué preocuparse. Un mes después, seguros de que yo ya estaba sano, mis padres decidieron volver a hacer una tomografía para confirmar médicamente esta sanidad. Pero para nuestra sorpresa, el resultado no había cambiado, el cáncer seguía ahí. Las alarmas se volvieron a encender, y ya no podíamos quedarnos quietos. Días después, volvieron los mismos dolores de cabeza, mucho más intensos. Eso causó un gran temor en nosotros. Fue ahí donde no solo la desesperación, sino también la confusión, se apoderaron de nuestras vidas. ¿Acaso Dios no había hecho un milagro?
A pesar de todo esto, no podía quedarme neutral. Tenía que tomar una decisión. Solo había dos caminos: me enojaba con Dios, me amargaba y abandonaba mi fe; o decidía soltar el control, confiar en Él, y dejar que se haga Su voluntad. Salmos 39:7 dice: “Y ahora, Señor, ¿qué esperaré? Mi esperanza está en ti”.
Este es el gran dilema del ser humano. Todo está bien en la vida, hasta que uno pierde el control sobre algo que valora. Mientras más alto es el valor de algo que perdemos, más nos damos cuenta de que somos seres finitos y limitados, y creo que el clímax de esta escala sucede cuando uno está a punto de perder lo que más valor tiene: el control de su propia vida.
Creo que estas experiencias cercanas a la muerte son uno de los recordatorios más grandes de que somos muy frágiles. Apenas un pestañeo es suficiente, y la vida puede cambiar drásticamente, pasando de tener un gran futuro por delante, a tener que lidiar con una enfermedad tan desesperanzadora. Me di cuenta por primera vez, que la muerte era una posibilidad.