Читать книгу Antología 10: Planes divinos онлайн | страница 16

Una noche de invierno del 2017, luego de volver de mi entrenamiento de básquetbol, comencé a sentir fuertes dolores de cabeza. Con mi familia creímos que solo se trataba de estrés, ya que tenía una agenda de compromisos muy cargada. Lo alarmante fue que la semana siguiente volví a tener los mismos dolores, y esta vez vinieron acompañados de un incómodo adormecimiento en la parte derecha de mi cara. Dejamos pasar una semana más, y sucedió exactamente lo mismo, pero en esta ocasión el dolor ya se había intensificado. Esto fue suficiente para que fuéramos a consultar al médico.

Me hice una tomografía de la cabeza, y el doctor indicó que podía observar ciertas anormalidades en mi cráneo, tales como una mancha en su parte izquierda, y rastros de lesiones en mis huesos. El consejo fue que busquemos la opinión de más especialistas. Al final, después de un mes de consultas, todos los doctores nos recomendaban hacer una biopsia, así que agendaron la cirugía para el 25 de julio de 2017. Yo ni siquiera sabía lo que era una biopsia en ese entonces.

La operación duró casi tres horas, y salió exitosa. Fueron 33 puntos de sutura en mi cabeza. El corte era bastante pronunciado, comenzando desde el frente de mi cabeza, y haciendo una curva hasta llegar a la sien. Decidieron extraerme 6 cm de diámetro de hueso de mi cráneo, un pedazo apenas más pequeño que una medalla olímpica, y en reemplazo, me implantaron una prótesis. Fue algo muy extraño y particular saber que una parte de mí ya no se encontraba ahí, sino que ahora era objeto de estudio en un laboratorio.

Mi recuperación fue ideal, y dos días más tarde ya me habían dado el alta. Así volvimos a casa. Recuerdo que mi papá predicó en el servicio de nuestra iglesia ese fin de semana, transmitiendo la esperanza de que el resultado de la biopsia iba a salir negativo a cualquier enfermedad. Recuerdo que todos aplaudieron cuando mi papá dijo eso frente al púlpito. “No hay nada que temer”, decía.

Pasaron quince días, y volvimos al hospital para conocer el resultado del diagnóstico. Me pidieron que espere afuera, para hablar con mis padres. El tiempo pasaba, y yo seguía esperando frente a la puerta del consultorio, ansioso por saber qué noticias había de la biopsia. Diez, quince, treinta minutos pasaron, y ya se volvía insoportable. De repente, llegó el momento en que la puerta se abrió y vi a mis padres salir. Tan solo con ver sus rostros pude darme cuenta de que algo no andaba bien. En ellos se observaba un semblante bastante desalentador.


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