Читать книгу Cuentos de Asia, Europa & América онлайн | страница 74
Entre más contemplaba la foto, más difuso y melancólico me volvía. Al final ya sólo sentí lástima —y autocompasión. Y rabia contra todo lo que condujo a que acabara yo en ese búnker, el rostro burdo a la luz de una cámara, entregado por completo, preocupado por una pose, y con un orgullo peculiar y, como ahora me pareció, completamente vano.
Cuando a los pocos días abrí otra vez mi cartilla del servicio militar, por un momento se invirtió el sentido de todo: de pronto era el soldado de veinte años el que me miraba a mí. Dejé a un lado la ira, y surgió la pregunta de si él, con esos ojos ligeramente entrecerrados, ya desde entonces me pudiera haber estado viendo, al mirar la mano levantada con la pluma —una mirada al futuro, y por eso la sonrisa. La idea funcionó instantáneamente como una especie de conciliación entre él y yo, y mi enojo empezó a desvanecerse. Vi con cuánta inmutabilidad aquel que alguna vez yo debí haber sido me miraba de pronto desde entonces en mi ahora, con lo cual me extendía una suerte de permiso. El yo de entonces le permitía al yo de ahora mirar de vuelta en el pasado el cobertizo con la fotógrafa y el suboficial, de vuelta las arcaicas sillas de peluquero, las piletas y aparejos con aspecto de provenir de épocas mucho más antiguas, de vuelta al día de mi alistamiento y al día de mi revista militar, de vuelta al cartel con el año generacional y la tipografía fúnebre, de vuelta a la vergüenza en el instante de la fotografía. Por un momento reconocí el contorno de una verdad constituida completamente por el tejido suave e inquebrantable de la paciencia: en la vida se trataba de paciencia. Se trataba del sentido por el cual todo lo que alguna vez nos ocurrió en la vida aguarda afuera pacientemente, al otro lado de la puerta. Pero de hecho en realidad yo nunca grité «¡Adelante!», y ahora me encontraba yo sorprendido, confuso, acaso todo me estaba resultando excesivo, y ya no supe más si en realidad tenía ganas de empezar a contar.
Traducción de Gonzalo Vélez