Читать книгу Cuentos de Asia, Europa & América онлайн | страница 73

Sólo cuando estuve sentado en el banco de madera, a la luz de una lámpara que brillaba cálidamente sobre mi rostro, me percaté de que el fotógrafo era mujer. Por un instante me avergoncé del aspecto que yo ofrecía: el uniforme nuevo y rígido, el corte de pelo estereotipado. Y percibí rechazo hacia el suboficial que la asistía, a pesar de que se dirigió a mí con un tono algo amistoso, muy distinto en todo caso del que empleaba con Bade o con Buddrus. Pero eso tenía que ver con ella, no conmigo —eso lo entendí de inmediato.

La fotógrafa dijo todavía algo dirigiéndose a mí. Creo que fue: «¡Por favor, mire para acá un instante!». Al mismo tiempo alzaba a media altura una pluma que tenía en la mano. Antes de que desapareciera completamente otra vez detrás de la cámara, vi que sus cabellos eran oscuros y que aún era joven. No llevaba uniforme, y sin embargo estaba ahí, en el búnker cine. Me quedé mirando su pequeña mano brillante que sostenía una pluma. Era un bolígrafo. Ahora que abro mi certificado de servicio militar con la cédula de identificación enmicada, veo este atisbo a la pluma y la mano, que se había quedado completamente inmóvil en el aire, la pequeña mano brillante de la fotógrafa con su batuta en control de ese instante. «¡Gracias!» —tal vez dijo «gracias», tal vez no. La mano descendió, y por un momento me quedé mirando el vacío. De este vacío emergió el uniforme del suboficial, quien me empujó hacia afuera llamando a la cámara al siguiente soldado. Desde mi llegada al cuartel, ésta era la primera ocasión en que me sentía extenuado y derrotado.

La foto en mi cartilla militar, que conservo hasta el día de hoy junto con la cartilla de salud y otros vestigios del pasado en una especie de cajón biográfico, habla otro idioma. En ella casi sonrío un poco, y la cabeza está inclinada hacia la derecha como interrogando en silencio. Ya no puedo ver quién era yo en ese momento, lo único que sí se puede reconocer es que aquel que fue fotografiado en esa foto se esforzó en disimular sus aflicciones. A esto se añade la iluminación excesiva, las cejas y los bordes de los ojos como ennegrecidos, mientras que, por el contrario, la frente y las mejillas aparecen casi en blanco. La sonrisa —cerrada en las partes determinantes. En las comisuras de los labios se ve muy apretada y los párpados están ligeramente hundidos, lo que da a los ojos una expresión de distanciamiento y desconfianza: la mirada de un culpable al ser incluido en el fichero de delincuentes. La imagen completa, por su parte, tiene un efecto enteramente distinto. Los arcos de las cejas conciliadores, la línea en forma de corazón del labio superior y lo blanco que quedó expuesto en torno a las orejas luego del corte de pelo suavizan todo. Lo que se puede ver son dos expresiones completamente distintas al mismo tiempo en el mismo rostro. Hoy me parece casi inverosímil que en el momento de la toma hubiera estado yo mirando solamente una mano con una pluma.


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