Читать книгу Cuentos de Asia, Europa & América онлайн | страница 55
—Puedo hacer lo que yo más quiera —le espeté—. No trabajo más aquí: renuncio y seré mejor que tú.
—¿Tú crees? En la oficina de abajo buscan un lustrador de zapatos —me dijo esa bola humana espolvoreada de migajas, incapaz de pergeñar mejor sarcasmo; luego me gritó—: ¡Sácate de aquí, piojo! ¡Estás despedido!
Preferí no responderle.
Le di la espalda a la pecera y me bajé los pantalones, le ofrecí mi culo al gordo y mi pene nuevamente erecto a la media centena de idiotas enmudecidos y portadores de una diadema telefónica.
—Mírenme bien —les dije—. No se olviden de mí, no se olviden de nosotros. Seré mejor que todos ustedes. Ya leerán mi nombre impreso en el periódico. Ya verán mis sienes cubiertas por laureles y no por fibra óptica.
Luego de una pausa dramática en la que aproveché para subirme los pantalones, canté mi revelación al mundo, la mirada en éxtasis, perdida más allá de los cerros, fija en la efigie del Poeta entubado:
—Seré crítico literario.
Palabras inconclusas
yoon sung-hee
corea
Después acabé teniendo mucho tiempo libre, y me senté con frecuencia en la barandilla del techo a jugar juegos mentales, rebobinando en mi memoria. Recordé haber encontrado un billete de mil wons camino a la escuela y haberlo atrapado rápidamente bajo mi pie (por haberme quedado ahí parado esperando a que todos se fueran, llegué tarde a clase); ser llevado a rastras por mi madre a clases de caligrafía china («Señor, tengo una pregunta. ¿Cómo se escribe la segunda sílaba de “trotar” en escritura china? El símbolo que uno usa para la primera sílaba es el mismo que se usa para decir “mañana”, ¿cierto? Presumir siempre terminaba en humillación»); haber pasado una hora encerrado en el baño (nunca descubrí quién fue el que me encerró); haber aprendido la palabra «consternación» de las páginas de una historieta (al encontrarme en situaciones desfavorables, yo siempre gritaba «¡Consternación!» y me dejaba caer fingiendo un desmayo. Este hábito desapareció el día en que me golpeé la cabeza con el filo de un escritorio y me salió sangre); sentir odio cada vez que oía la frase «Deja que tu hermano juegue con él» (yo quería responder con un No, pero a pesar de mí mismo, siempre decía Sí); y cómo deseaba gritar «¡Ya no soy un bebé!» cada vez que alguien me trataba como si aún lo fuera (me sabía muy pocas palabras en aquel entonces). Cada vez que rebobino el carrete y lo dejo correr de esta forma, llega el momento en que me encuentro con la escena más vieja de la que tengo memoria, la primera de todas. Estoy sentado en la parte de atrás de un triciclo que está atorado en una zanja. Hay alguien sentado adelante e infiero que es mi hermano mayor, pues el suéter que esta persona trae puesto reaparece en uno de mis primeros recuerdos. En esta escena tengo seis o siete años y estoy corriendo a alguna parte, y traigo puesto el suéter con el estampado de hojas de arce. Mi hermano lucha por sacar el triciclo de la zanja. Entre más lo intenta, más hunde su pierna derecha en el fango. Una de las rueditas traseras sigue girando, levantada en el aire. Veo la rueda girar, pensando que me gustaría meter mi dedo entre los rayos. Si alguien me preguntara «¿Cuál es tu pasatiempo?», yo le respondería «Sentarme en la barandilla del techo y mirar el sol poniente mientras pienso en la rueda girante del triciclo».