Читать книгу Cuentos de Asia, Europa & América онлайн | страница 54

Mañana lo harás, dije, repetí: mañana lo harás.

Entré al elevador a la fuerza, me sumé al empaque de oficinistas.

Yo jadeante, sudoroso.

Ellos secos, molestos ante mi evidente presencia, ante mi inevitable aroma de criatura rediviva.

Bajé en el primer piso junto con la mitad de la carga del elevador, empleados todos del centro de llamadas del corporativo.

Antes de ir a mi partición, me volví a decirle a los que aún permanecían en el elevador:

—Yo llegaré más alto que todos ustedes, seré mejor que ustedes, ilusos que no pasarán del sexto piso de este edificio.

Alguno bostezó.

Los demás me ignoraron y las puertas del elevador me ofrecieron, cerradas, mi deslumbrante reflejo.

Ganas no me faltaron de masturbarme otra vez, allí, ante la visión de mi grandeza.

Pero no.

Fui a mi partición, me coloqué los auriculares y el micrófono en la cabeza y, mientras encendía la computadora, esperé la primera llamada del día coronado por mi diadema telefónica.

A las nueve exactas, sonó puntual el primer timbrazo, mientras la portada del periódico se desplegaba en la pantalla.

—Bueno —dije.

Y al mismo tiempo leí:

Entuban al Poeta

Mientras una señora me pedía indicaciones para reactivar el servicio que ofrecíamos, repasé la noticia.

Entonces, y ante una cronología biográfica del Poeta, supe mi destino: corroboré lo que me había tomado por asalto al despertar esa mañana.

—Así es, señora, tiene que oprimir el botón de encendido —dije sin desconcentrarme, poseído por la certeza de mi vocación.

No estudié derecho en balde, pensé.

—Estamos para servirla —dije; y mascullé—: También seré mejor que usted.

Dejé caer el auricular al suelo, la voz de la señora un zumbido al ras de la alfombra.

Abandoné mi partición y fui al cubículo del jefe de piso, pez grasiento que nadaba en su ínfima pecera con vista a nosotros, la nada.

Abrí la puerta sin avisar, el pez globo con una torta en la boca y los ojos a punto de dejar sus cuencas.

—¿Tú quién eres? —me preguntó, el hocico relleno de cebolla, jitomate, frijoles y pierna de un cerdo más suculento que él—. No puedes entrar aquí.


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