Читать книгу Cuentos de Asia, Europa & América онлайн | страница 26
Con frecuencia he llamado a esta imagen, de modo un tanto extravagante, nuestra Piedad: el amor de un padre por su hijo. Su caminata por esa larga banqueta, rodeado de casas a oscuras, mientras los últimos elefantes se desvanecían por la avenida principal hacia la estación de trenes, donde silbaba la locomotora y el convoy, rodeado de vapor, se alistaba para lanzarse hacia la noche, llevando un tumulto de sonido y luz que viviría en mi memoria por siempre.
Al día siguiente desayuné dormido, dormí toda la mañana, almorcé dormido, dormí toda la tarde, y finalmente desperté a las cinco y fui, tambaleándome, a cenar con mi hermano y mis padres.
Mi padre estaba sentado en silencio, cortando su bistec, y yo estaba sentado frente a él, examinando mi comida.
—Papá —lloré de pronto, con lágrimas cayendo de mis ojos—. ¡Oh, gracias, Papá, gracias! Mi padre cortó otro pedazo de bistec y me miró. Sus ojos brillaban.
—¿De qué? —dijo.
Traducción de Alberto Chimal
Adsum
angélica gorodischer
argentina
La primera vez que vio a ese hombre en su jardín se asustó muchísimo. Voy a llamar a la policía, pensó. Pero después se imaginó el diálogo hay un hombre en mi jardín ¿lo conoce? pero no no lo conozco es un intruso en mi jardín ¿le robó algo? no ¿la amenazó? no ¿estaba armado? no sé ¿intentó entrar a la casa? no ¿y qué hizo? nada pasó nomás ¿y qué quiere que hagamos? no sé son ustedes los que saben lo que tienen que hacer señora si no hay delito la policía no puede actuar bueno está bien gracias buenas tardes. Después fue acostumbrándose: el hombre pasaba, sólo pasaba, no estaba armado, no lo conocía, no intentaba entrar. Lo estudió, poco a poco lo estudió. Descubrió que tenía un pequeño lunar marrón claro acá, cerca del ángulo del ojo izquierdo. Descubrió que era ancho de hombros y que siempre iba impecablemente vestido; y que no usaba anteojos y que miraba invariablemente al frente y que no apuraba ni disminuía nunca el ritmo del paso. Descubrió además que se le había pasado el miedo, que ya no pensaba en llamar a la policía y que casi esperaba que pasara, todos los días. Y pasaba. Pasaba, no faltaba nunca: todos los días, verano e invierno, buen tiempo o lluvia, pasaba por su jardín, tranquilamente, sin dar vuelta la cabeza para mirar hacia la casa o hacia el cerco del fondo.