Читать книгу La Reina Roja онлайн | страница 65

Pero en vez de reprenderme por hablar cuando no debo, el agente esboza una sonrisa.

—Supongo que lo descubrirás por ti misma —dice con una mirada dulce—. Soy Lucas Samos. Sígueme.

No me hace falta preguntar para saber que no tengo otra opción.

Me guía fuera de la celda, por una escalera de caracol, hasta donde se encuentran al menos doce agentes más. Éstos me rodean sin decir nada, en estudiada formación, y me fuerzan a acompañarlos. Lucas se mantiene junto a mí, siguiéndoles el paso. Ellos no sueltan sus armas, como si estuvieran listos para la batalla en todo momento. Algo me dice que no están aquí para defenderme, sino para proteger a los demás.

Cuando llegamos a los hermosos niveles superiores, las paredes de cristal son inusualmente oscuras. Vidrios tintados, me digo, recordando lo que Gisa me contó sobre la Mansión del Sol. El cristal de diamante puede oscurecerse a voluntad para ocultar lo que no se debe ver. Obviamente, yo pertenezco a esta categoría.

Me llevo una fuerte impresión cuando descubro que las ventanas no cambian por efecto de ningún mecanismo, sino de una agente pelirroja. Ésta agita una mano junto a cada pared por la que pasamos, y un poder dentro de ella tapa la luz, al empañar el vidrio con una ligera penumbra.

—Esta mujer es una sombra, una curvadora de luz —bisbisea Lucas, cuando nota mi estupor.

También aquí hay cámaras. La piel me hierve cuando siento su mirada eléctrica recorrer mi cuerpo. Normalmente me dolería la cabeza bajo el peso de tanta electricidad, pero esta vez el dolor no aparece. Algo en el escudo me ha hecho cambiar. O quizá liberó otra cosa, una parte de mí que había permanecido encerrada mucho tiempo. ¿Qué soy? Vuelve a resonar en mi cabeza, más ominosamente que antes.

La sensación eléctrica pasa sólo después de que atravesamos una incalculable serie de puertas. Esos ojos no pueden verme aquí. Llegamos a un salón en el que mi casa podría caber diez veces, con todo y pilotes. Y justo delante de donde estoy, con una mirada ardiente que se funde con la mía, se encuentra el rey, sentado en un trono de cristal de diamante tallado a manera de infierno. Detrás de él, pronto se ensombrece una ventana, que dejaba entrar demasiada luz. Ése podría ser el último destello de sol que veré en mi vida.


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