Читать книгу La Reina Roja онлайн | страница 64

Puedo contener las lágrimas, pero no las preguntas ni la duda que corroe mi corazón.

¿Qué me pasa?

¿Qué soy?

Cuando abro los ojos, veo que un agente de Seguridad me mira al otro lado de los barrotes. Sus botones de plata brillan bajo la débil luz, pero no son nada comparados con el resplandor de su calva.

—Deben decirles a mis familiares dónde estoy —suelto de pronto, mientras me enderezo.

Al menos les dije que los quiero, evoco nuestros últimos momentos.

—Mi único deber es llevarte arriba —replica él, aunque sin sarcasmo. Este individuo es un dechado de tranquilidad—. Cámbiate de ropa.

Me doy cuenta entonces de que mi cuerpo está cubierto aún por un uniforme quemado a medias. El agente señala una ordenada pila de ropa junto a los barrotes. Me da la espalda, para concederme así algo semejante a la privacidad.

La ropa es simple pero fina, más suave que la que me haya puesto nunca; una camisa blanca de manga larga y un pantalón negro, ambos decorados con una raya plateada a cada lado. También hay zapatos: una botas negras lustradas que me llegan a las rodillas. Para mi sorpresa, no hay una sola puntada roja en estas prendas. Por qué, no sé. Mi desconocimiento se ha vuelto ya una constante.

—Listo —mascullo, al subir la última bota por mi pierna con algo de dificultad.

Mientras la bota se acomoda en su sitio, el agente voltea. No oigo el tintineo de las llaves, pero tampoco veo una cerradura. Ignoro cómo piensa sacarme de mi jaula sin puertas.

Pero en vez de abrir una entrada oculta, da un tirón con la mano y las barras de metal se pandean. ¡Claro! Este carcelero es un…

—Magnetrón, sí —dice él mismo, moviendo los dedos—. Y por si acaso te lo preguntaras, la joven a la que estuviste a punto de freír es mi prima.

Casi me ahogo con el aire de mis propios pulmones, sin saber cómo reaccionar.

—Lo lamento.

Parece una pregunta.

—Lamenta no haber acabado con ella —repone él, sin ánimo de burla—. Evangeline es una arpía.

—¿Es un rasgo típico de familia? —mi boca se mueve más rápido que mi cerebro, y reprimo una exclamación, al ver lo que acabo de decir.


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