Читать книгу La Reina Roja онлайн | страница 68

El brillo de sus ojos me hace sentir un manjar a punto de ser devorado.

—¡Padre! —estalla Cal, pero su hermano, el príncipe pálido y esbelto, lo toma del brazo para acallar sus reproches. Esto tiene un efecto calmante en Cal, y cede.

Tiberias prosigue, ignorando a su hijo.

—Ya no eres Mare Barrow, una hija Roja de Los Pilotes.

—¿Entonces quién soy? —pregunto, con voz temblorosa, pensando en todo lo horrible que ellos me pueden hacer.

—Tu padre fue Ethan Titanos, general de la Legión de Hierro, muerto en batalla cuando eras una niña. Un soldado, un Rojo, te llevó consigo y te educó en la inmundicia, sin revelar jamás tu verdadero origen. Creciste creyendo que no eras nada y ahora, por obra del azar, vuelves a ser alguien. Eres Plateada, una dama de una gran Casa perdida, una noble con inmenso poder, y algún día serás una princesa de Norta.

Aunque lo intento, no puedo contener un grito de estupefacción.

—¿Una Plateada… una princesa?

Mis ojos me traicionan, y vuelan a Cal. Una princesa ha de casarse con un príncipe.

—Te casarás con mi hijo Maven, y lo harás sin protestar.

Me quedo tan boquiabierta que juro que mi quijada casi toca el suelo. Un sonido horrible, vergonzoso, escapa de mi boca mientras busco algo que decir, pero lo cierto es que esto me ha dejado sin habla. Ante mí, el joven príncipe parece igual de confundido, y farfulla tan ruidosamente como yo quisiera hacerlo. Esta vez es el turno de Cal de refrenarlo, aunque me mira a mí.

El joven príncipe consigue decir algo.

—No lo entiendo —suelta él, haciendo caso omiso de Cal. Da rápidos pasos hacia su padre—. Ella es… ¿por qué?

En condiciones usuales, yo me sentiría ofendida, pero tengo que aprobar las reservas del príncipe.

—¡Cállate! —exclama bruscamente su madre—. Obedecerás.

Él la fulmina con la mirada, cada palmo del joven hijo se rebela contra sus progenitores. Pero la madre persiste y el príncipe retrocede; conoce tan bien como yo su ira y su poder.

Mi voz es débil, apenas audible.

—Esto parece… demasiado —no hay otra forma de describirlo—. Usted no necesita hacer de mí una dama, y menos todavía una princesa.


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