Читать книгу La Reina Roja онлайн | страница 62

Y entonces ellos ya no están. Mis hermanos, mis padres, mi hermana, mis recuerdos, mis pesadillas han desaparecido. Concreto y barrotes de acero se alzan a mi alrededor. Una jaula.

Me pongo en pie con dificultad y me llevo una mano a mi dolorida cabeza, mientras comienzo a ver claramente las cosas. Una figura me mira al otro lado de los barrotes. Una corona reluce en su cabeza.

—Haría una reverencia, pero parecería adulación —le digo a la reina Elara, y de inmediato quisiera no haberlo hecho.

Ella es una Plateada; no le puedo hablar así. Podría mandarme al cepo, quitarme mis raciones, castigarme, castigar a mi familia. No, comprendo, cada vez más horrorizada. Ella es la reina. Podría matarme. Podría matarnos a todos.

Pero ella no parece ofendida. En cambio, casi sonríe. Siento náuseas cuando nuestras miradas se cruzan, y me doblo en dos una vez más.

—Eso vale para mí como una reverencia —dice entre dientes, se ve que disfruta mi dolor.

Yo contengo el impulso de vomitar y alargo los brazos para agarrarme de las rejas. Mi puño se cierra alrededor del frío acero.

—¿Qué me van a hacer?

—No quedo mucho por hacerte ya. Pero esto… —mete una mano entre los barrotes para tocarme la sien, con lo que triplica mi dolor y me hace caer contra las rejas, con apenas bastante consciencia para sujetarme—, esto es para evitar que hagas una tontería.

Siento ganas de llorar, pero me recompongo de una sacudida.

—¿Una tontería como sostenerme en pie? —logro proferir.

El dolor casi no me deja pensar, y menos aún ser educada, pero me las arreglo para contener un torrente de maldiciones. ¡Mare Barrow, controla tu lengua, por favor!

—Como electrocutar algo —espeta la reina.

Gracias a que el dolor cede, reúno fuerzas suficientes para llegar a la banca de metal. Hasta que apoyo la cabeza en la fría pared de piedra asimilo las palabras de la señora. Electrocutar.

El recuerdo de las piezas dentadas cruza por mi mente. Evangeline, el escudo de rayos, las chispas y yo. No es posible.

—Tú no eres Plateada. Tus padres son Rojos, tú eres Roja y tu sangre también lo es —murmura la reina, mientras da vueltas frente a los barrotes de mi jaula—. Eres un milagro, Mare Barrow, una imposibilidad. Algo que ni siquiera yo puedo entender, y eso que ya lo vi todo de ti.


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