Читать книгу La Reina Roja онлайн | страница 69

Tiberias sonríe, pese a todo. Como los de la reina, también sus dientes deslumbran de blancura.

—¡Ah, pero lo haré, pequeña! Por primera vez en tu rudimentaria y miserable vida tendrás un propósito —siento la pulla como una bofetada—. Henos aquí, en las primeras etapas de una rebelión inoportuna, con grupos terroristas o combatientes de la libertad o como se llamen esos Rojos idiotas, haciendo volar las cosas en pedazos en el nombre de la igualdad.

—La Guardia Escarlata —Farley. Shade. Tan pronto cruza este nombre por mi mente, suplico que la reina Elara no vuelva a entrar en mi cabeza—. Ellos realizaron un atentado…

—En la capital, sí —el rey alza los hombros y se rasca el cuello.

Mis años en las sombras me han enseñado a adivinar un gran número de cosas. Quién lleva más dinero consigo, quién no reparará en ti y quién miente. El rey miente, lo sé, mientras veo cómo, una vez más, se encoge forzadamente de hombros. Quiere parecer desdeñoso, pero no lo logra. Algo le hace temerle a Farley, a la Guardia Escarlata. Algo mucho mayor que unas cuantas explosiones.

—Y tú —continúa, inclinándose al frente—, tú podrías ayudarnos a evitar que esta situación se complique.

Yo reiría a tambor batiente si no estuviera tan asustada.

—¿Casándome con… perdón, me podrías repetir tu nombre?

Las mejillas del joven príncipe palidecen en lo que imagino es la versión plateada de un sonrojo. No en vano su sangre es de plata.

—Me llamo Maven —contesta él, con voz baja y tranquila. Como el de Cal y su padre, su cabello es negro y esmaltado, pero las semejanzas terminan ahí. Mientras que ellos son corpulentos y musculosos, Maven es delgado, con unos ojos como agua clara—. Y sigo sin entender nada.

—Lo que nuestro padre está tratando de decir es que ella representa una oportunidad para nosotros —dice Cal, quien por fin interviene para explicarse. A diferencia de la de su hermano, su voz es fuerte y terminante, la voz de un rey—. Si los Rojos la ven, Plateada de sangre pero Roja por naturaleza, educada por nosotros, es probable que se apacigüen. Será como un antiguo cuento de hadas, la plebeya convertida en princesa. Harán entonces de esta mujer su heroína. Se identificarán con ella, no con los terroristas —y concluye, con voz grave y sonora—: Ella será una distracción.


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