Читать книгу La Reina Roja онлайн | страница 43

Una vez dentro, la asistente me mira.

—Por cierto, soy Ann, pero aquí nos conocemos por nuestro apellido. Llámame Walsh.

Walsh. Este nombre me suena.

—¿Eres de…?

—De Los Pilotes, como tú. Conozco a tu hermano Tramy y ojalá no hubiera conocido a Bree, un verdadero rompecorazones —Bree ya se había ganado fama en la aldea antes de marcharse. Una vez me contó que temía menos que los demás el alistamiento porque la docena de jóvenes sanguinarias a las que dejaría aquí eran mucho más peligrosas—. A ti no te conozco, pero lo haré, sin duda.

No puedo evitar ponerme a la defensiva.

—¿Qué quieres decir?

—Que trabajarás aquí largas horas. No sé quién te contrató ni qué te hayan dicho sobre tus deberes, pero se ve que ya empiezan a irritarte. No vas a ocuparte de cambiar sábanas y limpiar platos. Tendrás que mirar sin ver, oír sin escuchar. En este lugar somos objetos, estatuas vivientes hechas para servir —ella suspira y se vuelve, abre de golpe una puerta hendida precisamente junto a la entrada—. Sobre todo ahora, con esto de la Guardia Escarlata. Ningún momento es bueno para ser Rojo, pero éste es pésimo.

Cruza la puerta, aparentemente en dirección a una pared. Yo tardo un momento en darme cuenta de que baja un tramo de escaleras y desaparece en la semioscuridad.

—¿Mis deberes? —insisto—. ¿Qué deberes? ¿Qué es esto?

Ella voltea en la escalera, casi entornando los ojos frente a mí.

—Fuiste llamada para ocupar un puesto de servicio —dice, como si fuera la cosa más obvia del mundo.

Trabajo. Un puesto. Casi me desmayo de sólo pensarlo.

Cal. Me dijo que tenía un buen trabajo, y ahora ha movido algunos hilos para conseguirme uno. Tal vez, incluso, trabajaré bajo sus órdenes. El corazón me da un vuelco ante esta posibilidad sabiendo lo que significa. No voy a morir y ni si quiera a combatir. Trabajaré y viviré. Y más tarde, cuando encuentre a Cal, lo convenceré de que haga lo mismo por Kilorn.

—¡Apúrate, no tengo tiempo para llevarte de la mano!

Tropezando detrás de la asistente, desciendo a un túnel sorpresivamente oscuro. Las paredes están alumbradas por lámparas pequeñas, que apenas permiten ver. Arriba hay tubos, que zumban de agua corriente y electricidad.


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