Читать книгу La Reina Roja онлайн | страница 42

—Los quiero.

La puerta se cierra entonces detrás de mí, echándome de mi casa y de mi vida.

Atravesamos la aldea a toda prisa por la calle que conduce a la plaza del mercado. Pasamos por la ruinosa casa de Kilorn. Él acostumbraba estar despierto a estas horas, a medio camino del río para iniciar temprano sus labores, cuando aún está fresco, pero esos tiempos han quedado atrás. Supongo que ahora duerme hasta mediodía, para disfrutar de las pocas comodidades que puede antes de alistarse. Parte de mí quisiera gritarle adiós, pero no lo hago. Él irá a husmear después, me buscará y Gisa se lo contará todo. Riendo para mis adentros, recuerdo que Farley me espera hoy para que le pague una fortuna. Se llevará un chasco.

En la plaza nos aguarda un flamante vehículo negro. Cuatro ruedas, ventanas de cristal, diseño impecable: parece una fiera lista para devorarme. El agente sentado en los controles pisa el acelerador cuando nos acercamos, escupe humo negro en el aire fresco de la mañana. Me meten atrás sin decirme nada y la asistente apenas alcanza a deslizarse a mi lado antes de que el vehículo arranque, corriendo por la calle a velocidades que yo no habría imaginado nunca. Éste será mi primer y último viaje en un transporte así.

Quiero hablar, preguntar qué sucede, saber cómo me castigarán por mis crímenes, pero sé que mis palabras caerán en oídos sordos. Me asomo a la ventana, veo desaparecer la aldea mientras entramos al bosque, marchamos de prisa por el ya conocido camino del norte. No está tan lleno como ayer y hay agentes de seguridad desperdigados por la carretera. La Mansión está bajo control, dijo la asistente. Supongo que se refería a esto.

El muro de cristal de diamante brilla al frente, refleja el sol que sale de la arboleda. Quiero entrecerrar los ojos pero no los muevo. Debo mantenerlos bien abiertos.

La entrada hierve de uniformes negros, todos los agentes de seguridad que inspeccionan y vuelven a inspeccionar a los viajeros que llegan. Cuando nos detenemos, la asistente me guía junto a la fila a través de la puerta. Nadie protesta ni se preocupa por verificar nuestras identificaciones. Seguro que ella es conocida en estos lares.


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