Читать книгу Antología 10: Planes divinos онлайн | страница 11
Una nueva etapa de servirle a Él
¡Llegó el día esperado! Creo que esa noche no dormí. Oraba y le pedía a Dios tantas cosas, ¡qué sentimientos encontrados! “Te presentamos a Valeria”, me dijeron los pastores. Sus ojos tan negros y bellos brillaban, y su sonrisa expresaba más susto que el mío. ¡Ay, Dios, qué obra tan bella harás en esta jovencita! ¿Por qué sería justamente yo el instrumento de tan grande amor?
Comenzamos a conocernos y a hablar del amor de Dios, y cómo sus caminos habían sido tan tristes y duros sin Él. Eran historias mezcladas de dolor y de delincuencia, de abandono y de drogas. De secuestros, de entradas y salidas de la cárcel. Yo me preguntaba: ¿Que querrás hacer Dios en mí? ¿A quién estarás rehabilitando Señor? ¿A ella, a mí o a ambas?
Compartimos tantas cosas bellas: charlas bajo la sombra de hermosos árboles, tardes de Proverbios, mañanas de limpieza del lugar, mediodías de alabanza, ¡y verla crecer! Verla adorar a Dios, verla servir. ¡Cuán grande es Él! Pasábamos mucho tiempo juntas, yendo a las fiscalías y a los juzgados, lugares donde debía firmar su buen comportamiento.
Pasados unos largos meses, de repente entró un llamado a mi teléfono: “Ely, ¿te podrías acercar a hablar con Valeria? Hemos intentado convencerla, pero se quiere ir del hogar. Está sentada del lado de afuera en la calle, tal vez la puedas convencer.”
Hice esas cuadras cuesta arriba, en mi bicicleta; iba corriendo desesperada, pensando qué decirle, cómo retenerla, cómo pedirle que no lo haga, que vuelva a los brazos de Papá. ¿Qué podría hacer yo, una simple mortal, para que ella no volviera a esa vieja vida? Finalmente fue en vano, y me fui con tristeza, sin el resultado esperado tanto para mí, como para mi amado Dios.
¿Habré fallado? ¿Dije las palabras correctas? ¿Me esforcé lo suficiente? ¿Qué parte dependía de mí? ¿Qué dependía de ella? ¿Por qué tantas preguntas en mi monólogo interior? Mientras seguía mi camino en bicicleta, llegué hasta el semáforo, y allí vi cómo ella subía al colectivo con su bolsito. Allí la esperaba su antigua vida, ¡cuánta juventud desperdiciada! ¡Qué dolor inmenso me produjo en el corazón!