Читать книгу La Sonrisa Escondida de Dios онлайн | страница 15
Bautista, anglicano, congregacionalista:
Todos justificados por medio de la fe
El sufrimiento de la persecución no fue otorgado igualmente a John Bunyan, William Cowper y David Brainerd. Sin embargo, hubo otra forma de aflicción que une a estos tres, y todos apreciaban el remedio, a pesar de que dio frutos muy diferentes en sus vidas. La aflicción fue la terrible agitación mental y oscuridad de la culpa delante Dios, y el remedio para ello fue la gran verdad bíblica de la justificación por gracia únicamente a través de la fe. Bunyan era bautista, Cowper anglicano y Brainerd congregacionalista. Una de las grandes misericordias de Dios es que, en sus tiempos, la doctrina de la justificación era clara y común para todos ellos.
“Entonces sí que cayeron las cadenas de mis piernas”
La Segunda confesión de Londres fue forjada por bautistas en la época de Bunyan y fue publicada en su forma final en 1689, el año después de su muerte. Construida sobre la Confesión de fe de Westminster, fue totalmente clara con respecto a la justificación.
A quienes Dios llama eficazmente, también justifica gratuitamente, no infundiéndoles justicia y rectitud sino perdonándoles sus pecados, y considerando y aceptando sus personas como justas; no por nada que hay en ellos o hecho por ellos, sino solamente por causa de Cristo; no imputándoles la fe misma, ni la acción de creer, ni ninguna otra obediencia evangélica como justicia; sino imputándoles la obediencia activa de Cristo a toda la ley y Su obediencia pasiva en Su muerte para la completa y única justicia de ellos por la fe, la cual tienen no de sí mismos; es don de Dios.
La fe que así recibe a Cristo y confía en Él y en Su justicia es el único instrumento de la justificación; sin embargo, no está sola en la persona justificada, sino que siempre va acompañada por todas las demás virtudes salvadoras, y no es una fe muerta sino que obra por el amor36.
Esta fue la verdad que rescató a Bunyan de los terrores de sentirse irremediablemente condenado. “Oh, nadie conoce los terrores de esos días, excepto yo”37. Luego vino lo que parecía ser el momento decisivo.