Читать книгу No olvido, recuerdo онлайн | страница 24

Cuando estuve en Prevención Social y en el Tutelar me llevaba a los alumnos a prácticas. Ellos, a veces, entraban por la puerta grande; llegaban con el director, en este caso. Hicieron muy buen papel, ya que los muchachos trabajaban, tenían vocación, lo que se manifestaba en su solidaridad hacia el otro.

¿Cree que ahora ya está más dignificada la profesión de Trabajo social en la Universidad?

Yo no diría más dignificada, sino más reconocida. Alguna vez lo dijo la fundadora, Irene Robledo: «Este mundo es de hombres y mujeres, lo que pasa es que los hombres se sirven con la cuchara grande». A lo mejor así es, habrá profesiones que se sirven de manera voraz; a los trabajadores sociales nadie nos va a dar nuestro lugar, nadie.

Si nosotros llegamos a un lugar y nos conformamos con servir café, con llevar correspondencia o archivar, tareas que no tienen nada que ver con la profesión... nos es muy grato que nos escojan para sostener las tijeras con que van a cortar un cordón en un acto inaugural, pero nos tenemos que distinguir por saber trabajar, por nuestro compromiso con el otro, por tener la posibilidad de hacernos notar y que expresen: «¡Ah!, es un trabajador social».


En la policía tuve una experiencia de trabajo en un programa enfocado a las sexoservidoras, a quienes llamaban trabajadoras de la vía pública. Ellas recibían información en una base de la policía, en donde estaban expuestas a comentarios de los uniformados. Fui con el director general a pedirle que me autorizara trabajar con las prostitutas en su área de trabajo. Exclamó: «¿Cómo?» Le solicité que me permitiera trabajar en los hoteles donde ellas estaban. «¿Va ir allá, Consuelito?» Le respondí que sí y que me acompañaría un equipo de psicología, de trabajo social y un médico. Aceptó. Comenzamos en un prostíbulo de la calle 5 de Mayo, al principio acudían sólo ocho, pero luego eran más de ciento cincuenta.

Eran puras mujeres y entre ellas mismas establecieron el uso de preservativos como regla para estar en el grupo, aquella que no usara el preservativo no podía estar en ahí. Como parte de las actividades, ofrecíamos una charla informativa en la que se hacía un ejercicio relacionado con el desarrollo de la personalidad; era una especie de dinámica, no exactamente terapia, una técnica que se llama «círculo mágico». Así empezamos a trabajar y fomentar, sin proponérnoslo, nuevas conductas. Tiempo después hicimos una investigación sobre este programa, que luego fue motivo de una tesis de licenciatura, en la que se encontró que la mayoría de personas que entonces ejercía la prostitución no eran de Guadalajara, sino de otros municipios de Jalisco, con edades entre los dieciséis y los treinta años. Según su versión, dejaban la prostitución después de los treinta porque la competencia era muy grande, ya que cada vez más llegaban mujeres jóvenes.


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