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Consuelo Plascencia Vázquez

Estudió la carrera de Trabajo social en la Universidad de Guadalajara. Se desempeñó como docente e investigadora en el Departamento de Trabajo Social de la misma universidad. También desarrolló su profesión en la administración pública en el área penal. Fue subdirectora del Centro de Observación y Diagnóstico para Menores. Cursó una especialidad en el campo psiquiátrico en la Ciudad de México.

Hace un buen número de años egresé de la carrera de Servicio social. En la tesis que presenté para mi examen recepcional me permití plasmar unas frases que seguramente han oído y que entonces, como ahora, me parecieron de un profundo significado. Escribí como dedicatoria: «Gracias al ser que me dio la vida y gracias a la vida por lo que me ha dado». Sigo creyendo así: la vida me ha otorgado oportunidades extraordinarias; me ubicó en el seno de una familia unida, nutrida por el amor de una mujer extraordinaria, que fue mi madre, de quien me sorprendió siempre su cualidad inagotable para enseñar con el ejemplo y con la palabra sin proponérselo. Fue el modelo más significativo, ya que de ella aprendí la tenacidad, la honradez y la sencillez.

Así, después la maternidad salió a mi encuentro y me permitió reconocerme como mujer y como madre; desde entonces entiendo más el quehacer de una madre. Se requiere sabiduría para saber conducir a otros, para apoyarlos en la búsqueda de sí mismos y que alcancen su bienestar. Tal vez por eso elegí dos campos en mi vida académica: ejercer la profesión del trabajador social y mantenerme en la actividad docente formando precisamente a trabajadores sociales.

Recuerdo una mañana, hace casi treinta y tres años, cuando me dirigí a la Escuela de Trabajo Social. Muy decidida, me presenté y le manifesté a la oficial mayor: «Maestra, yo quiero dar clases». Sorprendida, me aclaró que no estaban solicitando trabajadores sociales. Muy segura de mí le respondí: «No, no estoy necesitando trabajo, yo quiero dar clases, formar alumnos a través de la descripción de lo que hace el trabajador social». En mi memoria de estudiante siempre me interesé en que mis maestros, en esa cotidianidad ejercida en el universo del aula, me dijeran que, como alumna que más encerraba el ser trabajador social, ahora yo estaba en condiciones de hacerlo, había decidido abrazar la profesión de trabajo social y, además, atesoraba la poca experiencia que fui capitalizando al quedarme trabajando en prácticas en los dos últimos ciclos escolares.


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