Читать книгу No olvido, recuerdo онлайн | страница 10

Dicen que algunos estudian para ganar más en su carrera, que les paguen más, y digo yo ¡que es maravilloso! Si la gente para subir de nivel en una sociedad estudia más, es maravilloso, qué más queremos; lo feo es que suba porque es amigo, hijo, sobrino o tío de alguien, mejor que suba porque tiene una maestría y otra maestría. Ha sido una grata experiencia estar en contacto con la juventud; la educación es la ventaja que tiene: renueva, porque los alumnos están friegue y friegue, quieren saber más: ¿por qué? y ¿por qué? Esto hace que el maestro, para satisfacer esas necesidades, tenga que estar constantemente estudiando, mejorándose. Es maravilloso el mundo de la educación.

Doctor, usted que venía de una universidad europea (de pronto se piensa que aquí el nivel es más bajo), ¿cómo ve la evolución de la Universidad desde su llegada hasta ahora?

Es distinto, por las personas. Una universidad alemana está habitada por alemanes y por gente del centro de Europa, que son muy diferentes; por lo tanto, todo lo que hagan va a ser distinto; tienen capacidad de concentración y de trabajo. Quizás aquí no se note al principio, pero no lo veo como hace años; ha habido una evolución increíble, un aumento de la calidad. Si viera usted cómo organizan, por ejemplo, los muchachos de la licenciatura en Filosofía todos los años un coloquio. La cantidad de gente que traen. ¡Qué bien lo organizan! Eso exige un nivel muy grande en el sentido de que no lo hacen por prestigio o algo así, sino porque conocen la materia y saben la importancia que tiene que se conozca muy bien a un autor, o una época, por decir algo, todo dentro de sus medios limitados, pero con un interés y ellos solos trabajando, con la bendición digamos de arriba. Por la crisis, es muy difícil conseguir apoyos, pero ellos se apañan y lo buscan y hacen cosas extraordinarias.

En Letras, la problemática es distinta. Los alumnos han evolucionado; son más académicos, más serios, y verdaderamente estudian literatura. En los años setenta el ideal del hombre de letras era muy bohemio, romántico, se dejaba el pelo largo, andaba en los cafés con frecuencia y ese tipo de cosas; ahora se ve otra clase de gente, que sabe estudiar los textos con metodologías que no sólo sirven para soltar el ojo y decir: «¡Ah, Cervantes, qué maravilla!», sino hacer ver por qué Cervantes es una maravilla.


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