Читать книгу No olvido, recuerdo онлайн | страница 14

Recuerdo un documental que vi sobre Nueva York en el que se habla de una ciudad debajo de otra en donde se encuentran los conductos de electricidad y los de agua limpia y sucia. En ella se trabaja constantemente, día y noche; están ahí los ingenieros más capacitados, si no se produciría un caos, pero nadie lo sabe, nadie lo ve. Las personas van caminando por la calle y no saben que debajo a cincuenta o cien metros debajo del río, incluso, está todo eso. Lo comparo con algunas materias de las que dicen: «¿Esto para qué sirve?», pero son las que están formando en realidad el sustrato que se verá en personas que luego sepan convivir, que sean tolerantes, que, como políticos, busquen dentro del ser humano el bienestar de todos. Todo eso se cuece aquí en las facultades.

Así se entiende la diferencia de una persona antes de entrar a la facultad y después cuando termina una carrera. Comprende uno muchísimas cosas que parece que no tienen nada que ver, pero es porque estudió algunas materias que ahora comprende estas otras. La vida siempre está presentando problemas nuevos; eso es cierto, pero aprendiendo a disolver problemas antiguos se aprende a atacar problemas nuevos.

Por otra parte, quiero señalar que le tengo mucho cariño al Centro Universitario ubicado en Ciudad Guzmán, ¡se me hace tan bonito! Así, tan chiquito y luego cuando mira uno para un lado y se ven los montes y mira para el otro, y también. ¡Ah, caramba! Me invitaron a un curso hace dos o tres años para la apertura de la carrera de Letras, con el doctor Vicente Preciado Zacarías, quien, aunque es dentista, es un gran literato, escribe precioso, por ejemplo, sus recuerdos y memorias. Él fue quien me hizo la invitación. Como dentista, fue el primero en introducir la endodoncia como especialidad en la Universidad. Antes hacían un agujero, tapaban ¡y ya! El doctor escribió un tratado sobre ese tema que fue utilizado durante veinticinco años en todas las universidades latinoamericanas. Cuando se retiró se dedicó a escribir. Fue amigo íntimo de Juan José Arreola y cuenta anécdotas de él que no acaban nunca. Dice que se reunían durante la tardecita y le decía: «Vicente, ¿ha leído usted esto? [¡cosas rarísimas!, como las cartas del Conde Ruso], ¡pues léalas porque le encantarán!» Así era Arreola, leía y leía, y le ponía tareas todos los días.


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